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Guauguau, basset leonado de Bretaña cincuenta y tres centímetros

 

El perro lleva el mismo estúpido nombre desde siempre. Se llamaba así antes y después de mi nacimiento, también cuando crecí, y hoy es igual. Es decir que el perro no siempre fue el perro, no siempre este perro quiero decir, y que el perro que vive hoy con el Tata es el número cinco, o el número seis quizás. Se sucedieron sin que se notara demasiado bien la diferencia porque siempre persistía el mismo sexo masculino, la misma raza basset leonado de Bretaña cruzado con basset color trigo dorado, entre 48 y 56 centímetros, entre 18 y 22 kilos, pelo largo duro y liso, nacidos para correr detrás de los animales del bosque. Entonces cuando digo el perro tiene el mismo estúpido nombre desde siempre quiero decir que los perros que se sucedieron unos a otros como suplentes en la cancha de fútbol, estos perros de la misma raza-color-porte-cola-paso tenían todos el mismo nombre.

 

el perro se reconoce sin falta al llamarlo guauguau, siempre ha sido así, del número uno al perro de turno pero

 

el perro de antes no alcanza a faltar pues es reemplazado directamente por el perro siguiente del cual nunca se olvidará el nombre porque siempre es guauguau pero

 

no tiene identidad propia, quiero decir que del número uno al número cinco o quizás seis poseen una identidad global de perro de caza y se vuelve el perro número uno independientemente de su voluntad pero

 

por suerte el perro en su cerebro de perro no tiene consciencia de que reemplaza al perro anterior y

no sabe que él también será reemplazado por el perro siguiente

 

El Tata decidió adoptar al perro número uno cuando decidió ponerse a cazar, le hacía falta un compañero, un sabueso que sepa rastrear la sangre dice, para ir a buscar al ave la liebre el jabalí con la bala en el entrecejo. No sé si el perro (sea cual sea su número) al que se clasifica como perro de caza no es más que un perro al que le gusta caminar sobre la hojarasca, revolcarse en el barro, y parte en busca del animal muerto como va a buscar la pelota de espuma fluorescente que le lanzan en el jardín. Puede que en el fondo el perro (cualquiera sea su número) clasificado “de caza” sea simplemente un perro con un corazón aventurero. Los perros del Tata dejan el mismo olor en el auto, la humedad agria de un animal que transpira impregnada en la frazada escocesa del asiento de atrás.

 

A los perros los conocí casi a todos, siempre la misma cara visible en la parte de abajo de la foto, y no ayuda en nada esa manía que tienen de adoptar los mismos hábitos cuando entran a la casa, el de dormir sobre el mismo sillón azul o en el hueco del clóset, el de levantarse apenas el Tata vuelve del jardín, el de recibirnos con las patas encima cuando nos hemos ausentado mucho tiempo. Sin embargo, el Tata nunca ha olvidado a los otros, enterró cada cuerpo con cuidado al fondo del jardín, no lejos de la huerta, con la Ñaña hasta nos preguntábamos si no era para hacer abono.

 

Cada vez es lo mismo, el mismo ritual.

 

El Tata toma la pala de largo mango y cava un hoyo

un hoyo del tamaño correcto, casi que mide al perro antes

un hoyo ni muy grande ni muy profundo

un hoyo que no exija demasiado esfuerzo pero un hoyo a fin de cuentas

apoya la pala contra el muro de piedras y toma al perro

el perro que está aún algo tibio porque es rápido el Tata y

como de costumbre su rostro no dice nada

lo toma en sus brazos y se le nota incómodo como si descubriera el gesto

se demora un poco antes de colocarlo en el hoyo medio a medio

y luego tapa

tierra

piedras

unas cuantas flores arrancadas por descuido

 

Al final queda un pequeño túmulo que el Tata apisona bien y cuando era chica pensaba que lo hacía para terminar de ahogar al perro, para impedirle respirar para siempre pero el Tata me dijo un día que era para no tropezarse porque hacen montículos estas porquerías y que sería el colmo caerse y rasmillarse las rodillas en el cementerio de los perros mientras uno se ocupa del jardín.

UN CUENTO DE

TRADUCCIÓN DE

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