
EL GRADO EROS DE LA ESCRITURA
“El sexo es lo que hace al amor más interesante que el sexo”. Declaración inventada siguiendo el modelo, del en adelante así comentado, de Robert Filliou: “El arte es lo que hace a la vida más interesante que el arte”, y que, con el debido respeto hacia el artista, y debido a la gran simpatía que siento por él, afirmo, sin embargo, que la mía es superior a la suya, por al menos dos razones. La primera, porque a diferencia del estatus conceptual de la palabra “arte”, titubeante en su frase, dependiendo de si la palabra “arte” ocupa el primer o el último lugar, el estatus conceptual de la palabra “sexo” es estable. Quiero decir con esto que el concepto de sexo es el mismo en sus dos incidencias: el sexo “hace parecer el amor más interesante” (“más excitante” sería una variación interesante, pero que yo no conservo) es el mismo que el sexo que es el objeto de esta comparación.
“El sexo es el sexo”[1]. A rose is a rose… etc.… La segunda razón, que mencionaba más arriba, porque es necesario que algo ayude a dar impulso al inicio de un texto, y que el anuncio de una segunda razón, en realidad inexistente, y de tal manera que esta resulta ahora como una especie de mentira, debe de tener efectivamente algún efecto de persuasión retórica sobre la primera. La segunda razón, pues, porque parasita en parte la recepción de la primera razón, y que perturbar la transmisión de una demostración demasiado clara o de un argumento demasiado unívoco seguramente no deja de perjudicarla, o incluso, paradójicamente, contribuye a una mejor asimilación de esta.
Inútil, lo creo, el comentar esta frase, incluso el profundizar en ella respaldándola con ejemplos. Su fuerza reside en hablar íntimamente a cada uno, y dejo a la discreción de cada lector el esmero de saber lo que quiero decir con esto. Se aprende más de ella al abandonarse a la resonancia de su razonamiento y a la comprensión por completo personal que está ahí como muda por y en la mente. Y quien osa comprenderla hasta el final, sabe de qué hablo.
Puesto que, ya sea a propósito o no, el esfuerzo lógico que esta requiere para ser comprendida –como si se la debiera repetir al revés en la mente, y comprenderla por su final– dilata el tiempo necesario para que se despliegue por completo su poder de evocación. Hay seguramente una onda de excitación del sentido, como lo hay en una que pasa por la zona del bajo vientre, del todo extranjera al sentido de aquella. En pocas palabras, ella no le permite dejarse llevar tanto como cuando uno se deja penetrar por su abstracción.
Y si el erotismo que ella contiene se transmite de alguna manera con palabras, es que en una proporción equivalente a esta réplica mordaz a más no poder que quiere que “sean aquellos quienes hablan más los que hacen menos” (enunciado que no puedo permitirme dejar de tomar como una variación del título bien conocido de la obra de John Langshaw Austin, que no sería más “cuando decir, es hacer”, sino justamente “cuando hacer, no es hacer).
Pero regresemos más bien a mi postulado inicial, según el cual mi enunciado sería superior al de Filliou, lo que es discutible, de hecho, pues ¿cómo podría pretenderse seriamente cualquier tipo de superioridad artística de una obra (de la que se tiene la locura de creerse el solo y único inventor) sobre otra obra que le sirve como modelo, y sin cuya existencia la comparación no tendría siquiera razón de ser?.
Habría mucho que decir sobre la cuestión del modelo, y esto nos llevaría demasiado lejos en las consideraciones sobre la pintura (toda la escuela de Fontainbleu eclipsada por La Joconde de Vinci, que inspira), del modelo en pintura se entiende (pues ¿de qué otra cosa sino de pintura se trata en este enunciado que, ante la mirada de la mente, es un enunciado pintado?) Lo que me lleva a pensar, el uno en el otro (“Si me permiten” esta expresión relajada, metafórica al gusto), que los dos enunciados al final son equivalentes: la intensificación de la potencia del segundo –aquel que llega después, el que imita– compensando bien o mal la característica insuperable del enunciado original, y permitiéndole competir con él, o al menos ponerse al mismo nivel.
A no ser que vaya por mal camino y que estos principios de equivalencia (expresión que retomo de Filliou para decir aquí otra cosa (y al decir otra cosa, es a otro de sus principios[2] al que nuevamente le hago justicia) sean una trampa, una ilusión, y que en el fondo solo cuente el flujo del pensamiento, por no decir de lo pensable, tan particular que atraviesa estas dos frases con una igual intensidad, partes integrantes de un mismo circuito, antes de atravesarlo a usted, como lo hace la famosa onda en esta zona indefinible del bajo-vientre, que ya está fuera de discusión, el flujo sí, o la corriente alternativa (que cambia de sentido dos veces por periodo y que transporta cantidades de información alternativamente iguales en un sentido y en el otro), corriente de componente continuo nulo, en virtud de la cual, ¿Cómo resistirse a las ganas de escribirlo, que la frase de Filliou sería lo que hace a mi frase más interesante que la suya. Y así. And so on. E cosi via. Figliù di Filliou, el hijo del hijo, ¿dijo usted? Y le agrada a usted firmar todas sus obras en Córcega este verano. Do you feel me, kid ? Yes I fell you ! FIN
[1] Asombrosa versión mía idéntica a la frase de Duchamp leída algunos días más tarde en un libro de Jean-François Lyotard (que la extrae él mismo de una entrevista con Arturo Schartz (aparecido en The Complete Works, p. 36), y que reconozco con estupefacción al leerla. ¿Acaso no fui hasta la biblioteca del MAC en Marsella tan solo para realizar este hallazgo, mucho más que para profundizar en mi reflexión sobre la transparencia en Duchamp? O bien, ¿a qué increíble experiencia de transparencia me había tremendamente enfrentado?
Invención de una frase por anticipación, si se me permite. ¿Es posible escribir una frase a priori (frase de cinco palabras distribuidas de una cierta manera)? ¿Es posible escribir una frase que uno leerá algunos días más tarde? ¿Por dónde se comunica el tiempo en la mente, la mente en el tiempo? ¿El tiempo y el espíritu son lo mismo? ¿Lo mismo en un estado de compresión diferente?).
[2] El “autrisme”.