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Cajta de cartón
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Piedras de sal

A Wendy L.

Guarda la aguja, los hilos,

no aprendimos el arte del zurcido invisible;

un manto de cicatrices levanta sobre la arena.

 

Habrá que zarpar de nuevo,

con otras velas para este barco,
sin islas que recuerden a Ítaca,
aguas con ballenas menos blancas.

Habrá que construir un mar.

 

Levanta el ancla, arde la casa, rema conmigo.

 

No pasemos con tristeza esta llanura,

no crucemos la mirada sobre el hombro.

Balsero

 

Todo está oscuro aquí.

Si no fuera por el cielo,
pensaría que me tragó la ballena.

Al menos Jonás estuvo tres días.

El mar es siempre lo mismo:

un manicomio de paredes azules o negras.

 

Santa Cachita, Madre de Dios, ruega por nosotros los balseros, los pecadores.

Este estrecho es un cementerio,
tiene el largo de la mano de Dios.

A veces se duerme y nos deja caer,
cubanos y haitianos

arrullo turquesa.

Espero no venga la tempestad,
espero la tempestad no me vuelque,
no va a aparecer La Virgen.

De todas formas prefiero morir aquí a regresar

al país espectro, al país sin vida.
Remo y rezo,

una letra de diferencia.

Detrás del horizonte está mi casa.
Detrás del horizonte mi mujer,

su cuerpo tibio poblado de almejas.

He visto al sol hundirse muchas veces, muchas veces.

Dice la luna que hoy no

que hoy no voy a morirme.

Dice la luna que detrás del horizonte,

que reme y rece.

 

Todo es soledad, silencio, ropa blanca para el día,
ropa negra para la noche

y si no fuera por las estrellas

pensaría que me tragó un animal monstruoso, bíblico.

 

Dame tu seña, estrella polar.

Santa Cachita, Madre de Dios, ruega por nosotros los balseros, los pecadores.

Dice la luna que hoy no,
que hoy no voy a morirme.

¿Quién como yo, extranjera?

 

He visto raíces rompiendo las aceras, hombres sudorosos, murallas de dolor.

 

He acumulado todas las máscaras,
palabras que no eran mías,

la soledad y sus mieses.

Me aprendí tus calles,
ciudad, me hice a tu imagen y semejanza;
en los veranos más crudos,

vi morir familias enteras. Fui rara,

como un broche en la ropa de un mendigo, sobreviví a las voces bajas cuando paso.

 

Faro sin barco, el fantasma de no pertenecer,
de hacer casas como un caracol.

 

¿Quién, como yo, para aplastar la primavera de la uva,
extraer el jugo con los pies,

convertirlo en vino,

en el punto exacto en que las cosas no se agrían?

¿Quién como yo, contando plegarias como guijarros?

¿Cruzando el Rubicón?

 

Una colcha de retazos con todos los que estamos lejos de casa,

adaptándonos siempre a la premura de ser de nuevo una fiera íntegra,
que no flaquea en la adversidad.

¿Quién como nosotros, los errantes,
forjados con el aire de las tormentas para apagar los fuegos
y saber que somos apenas el reflejo en el ojo de un dios?

 

¿Quién, como yo, extranjera?

 

Villancico


 

Esto no resuelve nada.

Puedo escribir cien poemas que

no resuelven nada.

El mar sigue allí,

la ciudad continúa

su canto ajetreado de autopistas

y que yo escriba los versos más tristes

no repara la herida del mundo.

 

Pero hace una noche espléndida,

un aire lleno de olores,

de frituras grasientas que se cuecen en cebollas

y se cuela un jazz lejano en la ventana.

En alguna parte la gente es feliz,

y la navidad se acerca.

 

Estamos lejos de casa,

unas líneas no podrán solucionarlo.

 

Kelly Martínez-Grandal, Zugunruhe. The Operating System, NYC, 2020.

CUATRO POEMAS DE

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