
Blanco como la nieve, no, la nieve se ensucia con las pisadas de la gente que viene y se va.
Blanco como los gansos salvajes que lo observan sin girar la cabeza, tan tranquilos.
Blanco como huesos de sepia.
Yan ya no mira los huevos fritos. Sabe que si los corta en el medio, el amarillo ocupará todo el espacio.
No mira los huevos fritos, los escucha.
Como insectos que se mueven en la noche.
Cállate.
Hoy hizo todo bien: guardó su ropa para que se sintiera más protegida, la organizó por colores.
Sabe que los objetos deben ordenarse antes de que invadan el espacio.
Los objetos tienen vida propia, un día trató de explicárselo a una amiga, ella no lo entendió. Tal vez se expresó mal, pero de ahí en adelante ella ha estado más atenta al orden. Él quiere compartir lo que siente con los demás.
Fue un error: freír los huevos por la mañana.
Vio plumas, picos rotos. Eso lo arruinó todo.
Sabe, sin embargo, que en la mañana siempre puede dar marcha atrás. Sus mañanas son largas, se levanta temprano: pone los huevos en la basura, lava la sartén, elimina los rastros de su presencia en la cocina, el baño y el dormitorio. Antes era anoche y ayer lo consiguió.
Vuelve a la cama. Está en una madriguera, la manta húmeda, grasienta, escucha el negro movimiento de los escarabajos.
Cállate.
Debe ser organizado y estar concentrado para monitorear potenciales vidas. Su mañana es como un huevo para incubar, es un papá pingüino en una noche ártica, ralentiza el ritmo de su corazón, su ternura es feroz.
No.
Es un lobo que degüella vidas, el triángulo de un hocico en una madriguera, manta sofocante.
Cállate.
No.
No es un lobo, es solo un empleado, gana bien, no debe pasarse de la raya, debe comenzar de nuevo. Cierra los ojos. No ve nada en la oscuridad.
Esta vez funcionará.
Todo comenzó hace dos años, sintió la desorientación de los pájaros y entendió que era su responsabilidad ayudarlos. Se quedó abajo y volvió a colocarlos en su lugar, fijando su mirada en un punto específico del cielo. Si perdía la concentración, los pájaros caerían.
Desde hace dos años escucha los sonidos de los peces en los lagos, los sonidos negros de los insectos en los bosques.
No muy lejos de la casa donde vivía en ese momento, una autopista cortaba el bosque. Le tocaba a él enterrar los animales muertos atropellados por los automóviles. Sabía que si no lo hacía él, nadie lo haría, se quedarían allí, con los ojos entreabiertos y las patas torcidas.
Cuando encontraba un animal muerto, no se acercaba, dejaba que el animal tomara su lugar, no lo miraba directamente sino que esperaba a que un animal le mostrara el camino. Sabía que era importante tomarse su tiempo.
Se acuerda de ciervas de ojos azules, de liebres en aceite, de gatos sin patas. Enterró decenas de erizos con el vierte abierto, no eran lo suficientemente rápidos. Yan les ponía musgo y hojas para que incluso bajo tierra pudieran escuchar el crujido.
Enterraba los animales por la noche. Su día comenzaba al terminar su exploración. Abría las persianas, hacía su cama, tomaba la primera taza de café del día. Inmediatamente después volvía para hacer otro trabajo, era un guardián del bosque, vigilaba, evitaba los daños, sus itinerarios eran ordenados.
Ese ritmo lo agotaba, pero pensaba que podía manejarlo.
Pero cuando miramos las brechas demasiado tiempo, estas brechas se vuelven más importantes.
Doce movimientos del cepillo de dientes, Yan no mira la pasta dental, ni el cepillo, el puercoespín que corre.
Cállate.
En la primavera de 2016, los lobos comenzaron a regresar a las Landas. Estaba feliz, nunca había visto un lobo en su vida.
No me mordió, pero me mordió el corazón. Es lo mismo - Yan leyó en un periódico local. También vio una foto de un pastor junto a un rebaño de ovejas tiradas en el suelo: cuellos finos, pelajes babeados, rojizos. Yan imaginó un lobo, lento y silencioso.
Las quejas de los aldeanos se multiplicaban, enviaban fotos de lobos, difusas, nocturnas. Yan las imprimía para ponerlas en las paredes. Soñaba con lobos amarillos y blancos corriendo por el desierto. Sabía que un día, si tenía suficiente paciencia, si permanecía atento y observador, se encontraría con su lobo.
El agua debe ser mentolada, una toalla debe raspar el cuerpo. Huele a gránulos blancos, abeto dulce, no tiene vida. No mira la borra del café mientras enciende la cafetera, y tampoco come.
La toxicidad de potenciales vidas en los objetos que lo rodean tiene todas las posibilidades de arruinarle el día.
Aprendió a captar vidas antes de que se instalaran en él, aprendió a observarlas sin contaminarse. Pero solo dentro de un perímetro definido, cuando el territorio de su responsabilidad aumenta, se derrumba. La protección de esas múltiples vidas se convirtió en su trabajo full-time.
Lo hará de nuevo esta mañana, esta vez lo logrará. Toma un café.
Cuando el pan se desmiga hace un ruido ausente que lo incomoda.
Cuando el pan está muy fresco, causa dolor.
Cállate.
Y una noche, Yan conoció a su lobo, joven, de ojos rojos, semiabiertos. El lobo estaba muerto.
Sin embargo, había advertido a los cazadores que estaba prohibido matarlos.
Yan recuerda: se sentó a su lado y escuchó el sonido pesado y suave de las patas del lobo. Sintió que la carrera del lobo fue larga, sintió la hierba mojada, un olor a resina.
La brecha se hacía cada vez más grande: Yan se acostó al lado del lobo para sentirlo correr, respiró su velocidad, electrificado por el nacimiento del sonido: su garganta se convirtió en un túnel, un bosque nocturno. Un lobo mudo y tumbado. Yan en el suelo aullando.
Una boca cerrada, una lengua redondeada, un movimiento de las mandíbulas, una convulsión rítmica, cadenas que se mueven.
Toda su vida Yan la pasó recordando este sonido. La brecha se volvió demasiado grande. Yan no era lo suficientemente fuerte como para poder llenarla. Acostado al lado del lobo, ya no quería estar en silencio, quería que el sonido se convirtiera en la carrera de un lobo en el bosque.
Una camisa a cuadros y un suéter que pica lo mantienen despierto y erguido.
Dejó al lobo al costado del camino, entendió que no debía moverlo, que transportarlo sería violencia.
Renunció la semana siguiente. Se mudó a una ciudad bastante grande donde las brechas no eran visibles, donde las vidas múltiples estaban menos presentes. Tomó un departamento para delimitar el territorio de su responsabilidad. Decidió prevenir la vida en lugar de curarla.
No hay lobos en Lyon.
Afuera siempre es más fácil, la verticalidad de los edificios, los rectángulos de los rostros sonrientes, los boletos de colectivo, los vasos de plástico con el café, todo esto lo utiliza para mareos temporales. Cuando siente una pulsación sonora dentro de él a la hora pico, rompe el plástico con los dientes para escapar, el crujido y la ausencia de sabor le devuelven la concentración.
Hoy lo consigue, hoy tiene que conseguirlo, pone la frente contra el vidrio, un cuerpo tenso con una camisa a cuadros, todo estará bien.
Sus pies están encerrados en sus zapatos. Un colectivo da un salto, se detiene y cae o no es él quien cae, no, es el colectivo el que cae.
El conductor se levanta, abre una puerta y corre, Yan mira por una ventana, no ve nada. Ve que cada vez más gente se congrega y que algo se mueve, que no se mueve, que se mueve.
Un jabalí
Cada vez hay más jabalíes, dicen, y no hay nada que podamos hacer. Las ciudades se están acercando a los bosques, los bosques están entrando en las ciudades.
Detenido en su alegre impulso, un jabalí corría al encuentro con un colectivo, quería esta colisión, salió destruido. La gente escuchó un alarido, pero era una risa.
Yan lo mira, Yan no sabe si es él quien está mareado o si es el jabalí quien sigue vivo, su cuerpo dado vuelta como un guante, su corazón se mueve en la vereda. Es un jabalí pequeño, no sobrevivirá.
Yan se dice que podría transportarlo. Yan se dice que llamará a la gendarmería para obtener permiso, que encontrará un camión, que cavará un hoyo tres veces más grande que el jabalí, que pondrá tierra desmenuzada para que tenga más aire, para que el jabalí pueda correr.
Cállate. No estás ahí para eso.
Tiene que mantenerse enfocado.
Está mareado. Yan no puede determinar si el jabalí todavía se está moviendo o si simplemente plantó su vida dentro de Yan.
Está mareado. Un jabalí corre dentro de él.
No, es Yan quien corre en el jabalí.
Rojo como la nieve, sucia con las pisadas de la gente que viene y se va.
Rojo como los gansos salvajes que lo observan sin girar la cabeza, tan tranquilos.
Rojo como huesos de sepia.
Cállate.
No debe estar allí, Yan calculó todo, demarcó el territorio de su responsabilidad.
Pájaros incisivos, insectos que explotan,
Yan está sentado en el piso.
Yan es un lobo con una camisa a cuadros que cruje en un vaso de plástico, que aplasta este vaso con las manos, pero esta vez perdió, una vida lo ha superado, ya no puede dejar de aullar.