
Aquí es. Este es mi lugar. Vengo los jueves cuando no trabajo. Me gusta venir aquí. Me tomo unos cafés, me fumo unos cigarrillos. Todo el día miro a la gente en el bar. Ese es mi protocolo.
Cuando suena mi teléfono no contesto. A veces hay moscas pero no las ahuyento.
Mi mujer me llama. Veo su número en mi teléfono. Tomo el teléfono, lo estallo contra el suelo. Aquí no contesto el teléfono. Esa es la regla. Todo el día es la regla que me impongo.
Tengo tiempo de sobra. Lo pierdo tranquilamente aquí, los jueves. Fumo, pido cafés. Me los traen, regresan enseguida a sus quehaceres. No me gusta que me miren cuando vienen a traerme algo. Me gusta que miren el objeto que me traen. Y después se van.
Si alguien se me acerca y me habla, lo destruyo. Lo destruyo para restablecer la paz. Los jueves no trabajo.
Si una mosca vuela a mi alrededor la dejo. O le pongo un poco de mostaza en las alas. La mostaza quema las alas de las moscas. Luego se mueren. Depende.
Aquí soy mi Rey. Allá está mi pueblo. En torno a mí, mi reino.
No me muevo. Lo que hay en torno a mí es lo que se mueve. Así lo quiero. Así lo quise. Así lo ordeno. Y el espacio obedece.
Hay personas que maltratan a su perro. Yo vengo aquí. Acaricio a mi pueblo. Acaricio, destruyo. Con la misma mano.
Si me dan ganas de lamer un culo, no lo hago. Dejo pasar el culo en mis pensamientos y las ganas de lamer se me pasan. Los pensamientos obedecen.
Hay ganas que pasan cuando se las mira pasar.
Tengo todo un código para entenderme. Un código secreto que solo yo conozco y utilizo. Para entenderme a mí solo.
Los jueves no trabajo. Entonces vengo aquí. Si alguien quiere sentarse en mi mesa, agarro tu cabeza con la mano, la estallo. Más te valía haberlo pensado antes.
Si pido una víbora entonces me traen una víbora. Y puedo aplastar la víbora en mi mano en mi puño. Pero no es como una cabeza. No produce el mismo sonido. Es diferente.
Me gusta aplastar.
Si quiero venir en calzoncillos vengo en calzoncillos. Cuando entro, la Ley retrocede. Aquí no existe Tú. No existe Nosotros. Existo Yo y mi pueblo. Y mi pueblo me sirve. Eso es todo. Y en calzoncillos si quiero. Me curo del mundo. Miro pasar. Estoy cerca de mí mismo. Estoy desnudo y ordeno. Estoy lejos de curarme.
Si quiero dormir, le doy una orden a la noche. Y la noche viene. Y duermo. Así es. La noche es mi pueblo. Y nadie tiene objeción alguna. Los días en los que no trabajo, los jueves.
Si pienso en algo, no es asunto mío y lo dejo pasar. No estoy aquí para obedecer.
Si alguien entra, no es asunto mío. Si hace parte de mi pueblo, lo aplasto. Si todavía no me pertenece, lo tomo en la mano, lo observo. Y si me conviene lo pongo en mi pueblo.
A veces no vengo solo. A veces traigo un agujero negro en una bolsa de plástico. Dejo la bolsa bien a la vista en la mesa. Despierto envidias. Mi pueblo babea.
A veces quiero que me traigan una cabeza de águila. Para observarla. Me la traen. La observo un rato largo. Luego la quiero en mi corazón. Que palpite, en lugar de mi corazón. Es un deseo repentino. No tengo por qué renunciar a él. Quiero un trasplante. Inmediato. Llaman a los cirujanos. Los cirujanos llegan. Me trasplantan la cabeza de águila en lugar del corazón. Y la cabeza palpita. Y la escucho palpitar. No trabajo.
Alrededor todo es silencio. Todo es orden. Y se la oye palpitar.
Un médico se quedó. Escucha mi corazón, pero con un asomo de sonrisa. Lo agarro del pelo, lo hago girar por encima de mi cabeza. Lo arrojo, se estalla contra el muro. Por supuesto.
Pero no me gusta la sangre. Quiero que limpien de inmediato. El ver sangre me produce migrañas. No es normal. No vengo aquí para tener migrañas.
No tengo vocación para las enfermedades.
A veces me falta algo. Lo único que me falta es respirar en la cabeza de un niño. El olor del cabello de un niño. Me gusta la idea del olor de la cabeza infantil. Entonces ordeno. Y me traen una cabeza de niño. La respiro. Pero nunca es el olor que yo quería. No corresponde. Entonces la devuelvo. Pido una bolsa, la ponen adentro, y la devuelven.
Los jueves cuando no trabajo. Cuando vengo aquí. Pido. Me gusta que nadie se aburra. Que todo el mundo participe.
A veces pido que me traigan un caballo al bar. Un caballo. En una pieza. Adentro. Es bonito.
O un águila en lugar del corazón. Es bonito. Todavía más. Y un agujero negro en lugar del águila. Eso es lo que quisiera. Que me quiten mi cabeza de águila y que me implanten, en lugar del corazón, un agujero negro.
Lo toman de la bolsa. Ahí estaba. Lo había llevado yo. Por supuesto.
Un agujero negro traga, esa es su función. El desagüe, el hueco de fregadero del mundo, en lugar del corazón. La felicidad. Entonces ya no necesito aplastar. Dejo que actúe mi corazón. Y todo desaparece en él. Es más sencillo.
No me gusta ver sangre. La sangre es inmediatamente la migraña.
Algunas veces, los jueves, no pedía tanto pero todo el mundo está ya muerto cuando llego. Entonces me aburro. No hay nadie para servirme.
De ninguna manera me voy a preparar yo mismo un café. Uno no es Rey para servir al Rey. Sino para ser servido. Entonces fumo.
Está lloviendo. Empieza a llover. Yo no pedí que lloviera. Cuando llueve se desborda el río, cunde el lodo y se instala el desorden.
Y el desorden es la migraña inmediata. Vengo aquí para restablecer la paz, los jueves, cuando no trabajo.