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Cajta de cartón
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A Monsieur Teste

Oh Sócrates, haz música.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fui miope de nacimiento, dandy de nacimiento, misántropo con el tiempo, esto último con fruición y algarabía. Dicen que hablé el argot de mañana, que cometí muchas faltas, por no decir crímenes. Más tarde, amé los cantos llanos y el laberinto de Knossos. Nadie entendió nunca la ansiedad que me llevaba a Versailles los domingos, ni mi pasión por la amnesia, la tinta roja, las miniaturas, la rue Condorcet, y los tinglados de circo. ¡Menuda profesión tan magnífica! decían de mi vocación de músico, sin entender un rábano: alababan mi cabeza los lunes por la noche y el resto de la semana, me atribuían flirteos con la Exposición Universal de la Infamia, mientras yo me encerraba en mi placard para fumar, beber, descreer de la Historia del Arte, soñar con Genoveva de Brabante, y buscar la puerta heroica del cielo. Por entonces, hasta creé mi propia vanguardia, de un solo miembro, el Art Repugn, con manifiestos. Siempre fui un joven con inquietudes, incluso de joven. No iban a pararme así nomás. Seguí adelante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un músico, es sabido, se hace en décadas. Por eso, durante diez años analfabetos y exactos, encallé en un villorrio en las afueras de París, el Soviet de Arcueil. Allí, alquilé un piano con sucucho, me inscribí en el Partido del Porvenir, fundé la Sociedad del Gusano de Seda, la Liga contra el Mareo, y el Comité Misterioso del Índice Estético, tanto que recibí las Palmas Académicas por méritos cívicos. También colaboré, durante años, con el periódico local, llevé de excursión a los niños de las escuelas, sin mirarlos (porque me daban miedo). Cuando cumplí los 40, regresé al Conservatorio como un pariente olvidado y estudié contrapunto y composición. Lamentable idea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bonjour, Biqui, Bonjour

Acabo de componer para usted, hoy, 2 de abril de 1893, una música de bienvenida. Todavía estoy ante el piano, temblando, visiblemente iracundo, con manto negro, como si fuera un empleado de pompas fúnebres. Para que no diga que sólo compongo preludios para perros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

pd: Cuando venga esta noche, además de sus benditas peinetas, no olvide traer la Revue des Deux Mondes y su colección de dípteros, aunque tengan mala prez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alto, no confundir. Mi reclusión fue un modo de aumentar mi fama. A veces, con mucho esfuerzo, lograba tomar envión y apersonarme en L´Enfer, Le Lapin Agile, Le Chat Noir. Pasé largas temporadas allí, ebrio, empeñado en mejorar mi prontuario, mi colección de fobias. Ah, caramba, ¡qué lejos queda ahora todo aquello! ¡Qué lejísimos de mi fiesta a solas!

—¿Es usted homosexual?

—No tengo la menor idea.

Si no se apura a llegar, Biqui, encontrará un cadáver, completamente helado por el aire báltico. ¿Por qué no llega? ¿Puede haber sufrido un ataque ontológico? ¿Qué o quién pudo haberla atrasado, en forma tan ingrata, a las tantas de la noche? De seguro, alguien sin más ideas propias que las ajenas. O un espía. O un alma (es un decir) representativa de su generación. Apresúrese. Me portaré muy recatado, lo prometo. El pequeño mirlo azul y el tordo minucioso la extrañan por razones idénticas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En mi familia éramos todos enfermos (mentales, aunque graciosos). Mis padres desestimaban el conocimiento, incluso la propensión a él. De ahí esa mezcla de insania y pesar que siempre nos afectó. Nunca pertenecí a la cáfila de los músicos, ni siquiera a la de los seres que tienen cuerpo. Soy un objeto sinóptico, autodidacta y retórico, un poco háptico. Aprecio la gastronomía, con límites. Los defectos teologales, faltaría más. El resto es perseverancia presupuestaria. Notifíquese, archívese.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Art Repugn I

 

Por una música sobre la que se pueda caminar, una música que distraiga, comparable a un buen sillón (como quería Matisse). Una música para no ser escuchada, que desactive el templo mismo de la expresión, y satisfaga a Sócrates y Platón, que me parecen dos caballeros magníficos y tres colaboradores perfectos. ¡A respirar por el oído, camaradas! ¡A cuidar la escualidez y el mal humor! ¡A encontrar las rutas blancas, llenas de sombra negra, de silencio negro!

 

Queridos camaradas:

Componer es perder sonidos. Nada de fugas, preludios, sinfonías, en voz baja o por escrito, lo mismo da. Nada de convertirse, consciente o inconscientemente, en artistas. (Son todos farsantes.) Basta con una pequeña dosis de insidia. Y una octava de aproximación y error.  Les prometo que saldrán de la experiencia más morrudos que antes y menos caballeros. Que acabarán más activos que un melancólico heroico. Emmerdez l´Art. Buenas noches.

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UN TEXTO DE

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