
KINTSUGI
ANISSA SOLÈNE BERNOLLIN
Técnica de origen japonés para arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino.
Hay palabras que son intraducibles. Sensaciones que solo pueden resumirse en una sola lengua, y eternizarse en las demás.
En mi lengua, en la mía, no hay ninguna palabra para traducir lo que sentí. No hay más que una sucesión de sinsentidos, de piezas de puzle que intento reunir para dar una coherencia a lo intangible, transmitir un universo, escribir una historia. Apenas alcanza…
Perdido en mis reflexiones, miro los matices de rosa y violeta invadir el cielo, teñido por el atardecer. El viento sopla ruidosamente y sobre mí, las cornejas se apoderan de los corredores aéreos, planean batiendo sus alas con precisión. Parecen pertenecer al cielo, se desplazan con gracia, sin esfuerzo. Las observo con admiración hasta que mi mirada se posa sobre un detalle: una disonancia en la partitura visual.
La corneja lucha, pero es llevada hacia atrás por una fuerza invisible, sus alas se agitan y empujan el aire detrás de ella tan fuerte como pueden. Parece temeraria.
Sonrío.
Un día, yo también fui el pájaro en la racha de viento.
Me golpeó desde adentro, tan fuerte que estallé en mil pedazos, con la respiración cortada, me disloqué bajo el peso de la gravedad.
Quisiera decir que no tuvo importancia, que no fue más que una grieta anodina y que bastaba con dejar pasar el tiempo para olvidarla. Pero había un hueco en mis heridas, un vacío tan espeso que me desparramé por el suelo.
Hecho pedazos.
Sacudo la cabeza tratando de no extraviarme en los malos recuerdos.
Las cornejas desaparecieron y un halo particular fue invadiendo el espacio, la luz de un crepúsculo de verano que destella en el aire. Los rayos perforan una nube curiosa y brillan aún más por el contraste con el azul del cielo.
Haría falta también una palabra para este color embriagador del final de un día de verano.
El resplandor de la vida.
“¡Perdí mi brillo! ¡Mirame! ¡Deberías haberte dado cuenta! Estoy apagado… Apenas me reflejo en el espejo. ¿Por qué no lo ves?”
En aquella época todo me parecía difícil y me exigía un esfuerzo considerable. Estaba tan cansado…. Me recostaba mirando lo que tenía por delante, sin encontrar ninguna razón para levantarme. Todo me aburría. Todo me lastimaba. Daba vueltas, prisionero de mis pensamientos y ya nada tenía importancia.
No es innato encontrar una razón para cuidar de uno, es difícil.
Un día, mirando alrededor, vi un pedazo de mí en el suelo, y me di cuenta que podía alcanzarlo. Entonces tuve que elegir: jugar la última carta o abandonarlo todo.
No tenía el coraje para desaparecer.
Hizo falta tomarse el tiempo de juntar los pedazos, encontrar aquellos que habían rodado hasta debajo de los muebles y sobre todo, poder devolverles una forma. Una burda copia de lo que habían sido. Los días pasaban y yo seguía siendo un desconocido: ya no me reconocía. Llevaba mi cuerpo como una carga cuyas fisuras sangraban quimeras. Ni yo podía ya creer en mis mentiras.
Me sentía tosco, desbordaba por todas partes, me cortaba con retazos afilados que se desprendían unos de otros.
Con mucho trabajo, cuando el pegamento secó, terminé por pulirlos. Había que ser riguroso. A veces sin prestar demasiada atención, terminaba por lastimarme. Suele pasar, nadie es perfecto.
Sería naíf pensar que uno se remienda sin dolores.
No sé por qué no desistí en aquel momento. Cierro los ojos con la imagen de esa bola de fuego incandescente medio desaparecida detrás de la línea del horizonte del océano, todavía impresa en mi retina.
Todo eso fue hace mucho tiempo.
Siento el suelo, sólido en el cual puedo anclarme. Frente a mí, el paisaje se extiende hacia el infinito.
Valía la pena.
Es lo que hace de mí lo que ahora soy.
Hoy, mientras me miro, brillo de nuevo, con una belleza arcaica en los últimos rayos de luz.
En mis cicatrices, polvo de oro.
Kintsugi...
En francés no existe una palabra para describir este estado: cuando después de una lenta ceremonia, terminás por transformar las grietas en líneas de fuerza, y te revelás a vos mismo, con aún más valor, y más bello todavía, reparado.
Kintsugi…
¿Existe una palabra en español?
Traducción de Ariana Daniele.

Anissa Solène Bernollin. Nació en 1998 y creció cerca de Lyon. Desde el 2016, reside en Paris. Cursó la Maestría de Création Littéraire en la universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis. Autora. Trabaja actualemente en un proyecto de escritura sobre el patriarcado y sus consecuencias en la adolescencia y la edad adulta.

Ariana Daniele, 17 de enero de 1990, Rufino, Argentina. Mi padre eligió mi nombre desconociendo el mito. Mi madre se casó de negro desconociendo el símbolo. Vengo de la poesía. Escribo desde que tengo consciencia de existir. Creo que hay dos clases de ignorancia. La que se lleva con vergüenza y la que no. Yo poseo la segunda: he conocido la literatura demasiado tarde. De los libros extraigo la esencia, cuando la hay. Debería haber más palabras creadas dentro del corazón. Es por ello que busco un libro inolvidable.
