
Les Marseillais es un reality pero no es solamente eso, también es una franquicia, banda, marca, un hallazgo rezarpado: la idea es que mujeres y hombres jóvenes y muy hermosos —aunque a veces sean de plástico— viajen por un montón de estupendos destinos, como por ejemplo Río, Miami o incluso Cancún, y su misión es únicamente pelearse, en fin, como dicen ellos mismos, “generar problemas”.
Les Marseillais son todo un grupo, una jauría de gritos en movimiento, con diferentes personajes, pero mi preferida entre todas y todos es Jessica.
Jessica, ella siempre anda a mil, ella es una liana de tez insípida que va chocándose con gracia al avanzar entre los cuerpos, las intrigas y los episodios.
Ella aparece y la pantalla se desangra.
Ella es real.
Eso es lo que nos dice su pelo rubio de reflejos verdosos.
Su colección de mallas sintéticas que pican.
Su pintalabios fucsia que no combina con nada.
Con un vulgar ardor ella grita, a más no poder grita, le grita a Alix que se cree gran cosa, le grita a Nicolas que le cortó el rostro en el boliche, le grita a Julien que la engañó con Tressia, ella grita por todos lados y siempre anda buscando pelea porque sabe que es así, que el pueblo quiere alaridos hasta que les explote el cerebro.
Ella grita, y después también ríe, y es una risa grosera, nada melodiosa, una risa que no pide disculpas, una risa de bruta, una risa de pescadera en el mercado, ella sabe perfectamente que es así, y se lo pasa por los ovarios.
Cuando a veces tengo ganas de romper todo, me pongo a ver los programas en los que aparece, abro un paquete de Chipsters y la veo interactuar con los demás. Suelen ser muy vagos los demás, la mayor parte del tiempo se contentan con respirar, mostrarse, aparecer en cámara, mientras que Jessica, en cambio, regala unas performances llenas de virtuosismo para ganarse a cada uno de sus 4.100.000 seguidores y sus diversos canjes con tés adelgazantes en Instagram.
La vez que me pareció particularmente dadivosa fue cuando le preguntaron qué se celebraba el 11 de noviembre, y ella respondió con una gran sonrisa: “¡La fiesta de la música!”.
Mientras se emitía el programa, yo iba leyendo los comentarios de los twitteros, y podía escuchar sus risitas burlonas chorreando de la pantalla de mi teléfono. Toda la red social se reía de ella, pero yo en cambio sentí un arrebato de ternura, me parecía que las lágrimas iban a desbordarse de mis ojos y derramarse sobre el paquete de papas fritas. Era obvio que ella había mentido, uno enseguida se daba cuenta de que Jessica era una chica muy inteligente, pero era tan conmovedor ver cómo fingía ser más bestia que nosotros.
A veces me siento una bestia.
En el trabajo, por ejemplo, mis superiores me tutean pero a la vez me piden que los trate de usted, nunca hay nadie para dejarme pasar por la máquina de fichar, o para fingir que mis bromas son hilarantes tal como se hace con aquellos a los que es necesario chuparles las medias. La aplicación en fase de desarrollo resultará ser más eficaz de lo que yo podría serlo alguna vez, me lo repiten siempre en las entrevistas de evaluación anuales.
A veces me siento una bestia.
Más bestia que la totalidad de los empleados de la oficina open-space, más bestia que las aplicaciones en fase de desarrollo, más bestia que todas las máquinas, incluso las deficientes, del mundo entero, a veces me siento más bestia que humana, y es justamente en esos momentos en que un frenesí se apodera de mí, y en que a veces tengo ganas de romper todo.
Entonces, cuando Jessica finge ser peor, me calmo. Me digo que existe, en alguna parte, en rodaje por un lejano país de aspecto paradisíaco, una persona más fracasada, más arruinada, más rota que yo.
Estallo de la risa, a grandes carcajadas, ante su ignorancia, y los frenesís, poco a poco, se apagan.
En el Elíseo no son lo suficientemente agradecidos con la mano que les da de comer. Viendo el noticiero me enteré de que se organizaban un montón de fiestas al aire libre, en las que invitaban a un montón de inútiles y pedantes celebridades, mientras que a Jessica no, nunca la reciben. Sin embargo, es gracias a ella que la tensión baja como la espuma, que tantos de nosotros nos curamos de las pequeñas humillaciones cotidianas, es gracias a ella que se malogran, incansablemente, nuestras pequeñas revueltas, cada noche entre las 19:15 y las 20:00 h por W9.
En las clases de catecismo, cuando era chica, siempre se repetía que la más bella de todas las bondades era el sacrificio de sí mismo, y a mi juicio, ofrecerse como la peor de todas las bestias es sin dudas el regalo más estupendo que existe. Es así que la existencia de Jessica de Les Marseillais honra a los demás, porque al ver que la desgracia se acerca, ella misma la precipita antes de que suceda. Si me vuelvo a cruzar con la hermana Christelle, le hablaría de esta teoría. En aquel momento no le había prestado mucha atención a todas esas historias de resurrección porque era fin de año, hacía tanto calor y yo no veía la hora de que terminaran las clases; pero realmente creo, en fin, más bien lo siento desde lo más profundo de mi ser, al modo de aquello que la hermana Christelle llamaba una revelación divina, realmente creo que Jessica de les Marseillais es una especie de Cristo.