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Cajta de cartón
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UN TEXTO DE 

Traducción de 

Él le dice muy rápidamente que no trata de «usted» a nadie y le dice «tú». Ella continúa tratándolo de «usted».

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Ella le escribe su número de teléfono en un pedazo de papel y él le vuelve a preguntar su nombre, para que ella lo escriba al lado.

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Ella escribe su nombre en un pedazo de papel y él quisiera pedirle que no escribiera su número de teléfono al lado.

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Él la invita a tomar una copa y ella solo acepta porque es una terraza en donde todas las sillas miran hacia la calle.

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Él dice que no debería haber andado tanto en bici, hablando de su vida y, al decirlo, se corcovea y mete el cuello entre los hombros como una tortuga.

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Ella cuenta que una tarde una mujer se derramó una freidora entera sobre el cuerpo, por accidente, y que no se dio cuenta que el aceite estaba hirviendo sino hasta el día siguiente, cuando no pudo quitarse su camisón y la amiga de la casa en donde vivía se puso a gritar al verla.

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Ella le cuenta algo muy importante, como si no fuera más que una manera de justificar su extraña pinta, luego forcejea un tanto en su silla, voltea, mira a su alrededor y espera que los muertos no estén sentados en el recibidor, que no la hayan escuchado.

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Está peinada como si estuviera disfrazada de algo, pero él no sabe de qué porque está vestida como cualquier otro día, como todas las otras mujeres.

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Dice que una vez buscó en el bote de basura para encontrar un papelito en el que había escrito un nombre días atrás, cuando aún se acordaba de este nombre, y que al final regresó el papelito hasta el fondo del bote.

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Ella aprende vasco, italiano, húngaro y estonio. Se separa de él el día en que este le dice que, si es para poder decir en todas esas lenguas las mismas banalidades que dice en francés, lo mejor sería que renunciara de inmediato.

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Al hablarle, él conserva su mano, que reposa sobre su borde, abierta frente a ella, los dedos próximos a un gran vaso de cerveza que toca una copita de vino que ella no beberá pues se limita a mirar los pliegues del interior de su mano.

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Ella sonríe por la noche.

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Ella le cuenta algo muy importante como si fuera simplemente una manera de excusarse de lo que ha sido hasta ese momento, y luego se voltea y patalea en su silla, espera que los muertos no estén en la mesa de al lado y que no la hayan escuchado.

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Él dice que siempre camina un poquito por delante de sus amigos para parecer que los escucha pensativamente, con el mentón en la palma, cuando en realidad se rasca la nariz y se la limpia con la punta de los dedos.

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Él explica que es su hermano el que tiene mucho dinero, no él, y que su hermano es ese tipo de hombre que aparece y dice crudamente la verdad, el que da algunas cachetadas, el que habla sobre arte en la mesa.

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Dice que, si un día tiene una mujer, será pequeñita, y entre el pulgar y el índice muestra la distancia que hay de su boca hasta su nariz, para dar algún tipo de idea. Pero para poder acomodarla en su mesita de noche, para poder bañarla él mismo, para que sea él quien se vaya y sea ella quien lo deje, para poder mirarla desde todos los ángulos, para poder darle buenos consejos, para poder llevarla siempre con él, para que ella siempre sepa de lo que él habla, para poder sorprenderla de forma incesante, para que ella pueda hacer senderismo en las noches bajo las sábanas, desde sus dedos de los pies hasta su frente, y nunca aburrirse, para poder suponer que ella está ahí incluso cuando esté ausente, para no tener incluso ninguna prueba de que ella se haya ausentado, para poder saberlo todo de ella, para que ella no pueda esconderle nada, para hacerle mucho daño y mucho bien, para poder mirarla vivir.

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Ella le aconseja olvidar, si alguna vez también le sucede: olvide, luego verá que uno ya no se acuerda.

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Él camina al lado de ella sin importar el objetivo del paseo, pero cuando ella le menciona que ha decidido ir al cine él desaparece.

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Cuando ella le menciona que ha decidido ir al cine, él deja de caminar súbitamente y le dice mi amor, lo siento, detesto las películas; desde el momento en el que veo escrito el «dirigida por» ya me aburro, entonces, tú sabes.

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Él dice que tiene el recuerdo de haber sido anteriormente aquel que no trabajaba; ella cuestionaba todo aquello de lo que se componía su vida juntos, y él vivía.

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Él apila todo entre ellos dos sobre la mesa: su pasión por la pintura, su geografía, su lectura de los egiptólogos, su gusto por el silencio, los espacios grandes y la sobriedad, su agnosticismo, sus clases de danza, sus palmas, sus patines, sus pinceles, su máscara, su tuba, su colección de estampas, su idea de que la mujer tiene intuitivamente acceso a todo conocimiento, sus ocho euros de propina, y cuando al final se levanta quiere lanzarle una mirada por encima de la pila para invitarla a tomarle el brazo, pero ella yace muerta, aplastada por un golpe de raqueta de squash, o por la caída de ocho volúmenes de su gran enciclopedia ornitológica, él no lo sabe.

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Él dice que de sus cinco sentidos el que utiliza más es su boca.

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Cuando era pequeño miraba los semáforos para dormirse, y ella miraba sus propias manos, tendidas sobre ella en la cama, mientras se decía: sin importar lo que pase, siempre tendré mis manos.

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Él le olfatea el hombro, luego ella se olfatea el hombro y dice que los olores son engañosos.

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Ella se pregunta por qué las únicas personas a las que les cuenta sobre sí misma no hablan francés como lengua materna.

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Ella le dice que cree que todo es un trabajo.

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Él le dice que como la cerveza está en la mesa, y que ambos afirman que es una cerveza, podrían de ahora en adelante decir que es una chevecha y hacer lo mismo con todo.

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Él le dice que con su boca puede probar, tocar y sentir al mismo tiempo, pero que sabe que la vida tiene otras cosas.

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Él está de acuerdo.

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Él dice que a todo el mundo le gusta eso y que es de una belleza.

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Él dice que es de una delicadeza.

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Él le da doce euros.

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Él le dice que se pregunta por qué las personas van al cine, si no es una manera amable de pasar el tiempo a oscuras en medio de un gentío inmóvil.

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Ella le dice que la simple vista de alguien de espaldas la hace sufrir, incluso en el cine, y que ve doble por culpa de un estrabismo que nunca ha sido curado.

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Él le dice que él tuvo el mismo problema hasta que se mandó a hacer unos lentes.

 

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