
conozco mi rostro, sobre todo el impulso de mi piel al dejar pasar el color de la incomodidad, entonces, desde el momento en que la siento, sé que será visible y ahí es donde empieza mi sabotaje. el otro día hablando en público me desdoblé, estaba en lo que decía pero también consciente de estar hablando, y a la noche le pregunté a mi novio si a él le pasaba y me dijo que sí. otra noche le pregunté a mathilde si ella también se desdoblaba y me dijo que sí, lo que me convenció de repetir la pregunta porque descubrir la comunidad de nuestras angustias me sacó del secreto en el que atravesamos nuestras dificultades. quisiera saber si algunos profesores se desdoblan y si a fuerza de hacerlo eso se desvanece. no sé si siempre es preferible luchar contra lo que se resiste, en general nos dicen que es bueno superar nuestros propios límites, pero cuando los apartamos de nosotros al punto de que nos duele el corazón y al pensar después de haber hecho tal cosa no en la satisfacción de haberla hecho, sino en el tiempo que nos queda antes de hacerla de nuevo y bueno no sé si esto vale como quien dice la pena. siempre me he sentido absorta por las palabras que se dejaban desequilibrar por la llegada de un in- como intranquilidad o incomunicabilidad aunque si hay una palabra donde in- no actúa como agente perturbador y parece haber estado ahí desde siempre es inseguridad. quizás también porque la inseguridad es algo íntimo pero justamente parece ser algo íntimo para muchas chicas. conozco chicos a los que la inseguridad visita, y con ellos me encuentro en sintonía, pero lo cierto es que el deber de ser bella no es muy ameno que digamos. sé que es romántico y quizás también un poco cursi decir que no nacimos en la época adecuada y puede que no la haya sobre todo cuando nos encontramos en un cuerpo de mujer, pero a mí realmente este momento me cansa o más bien me decepciona. me di cuenta de que estoy en contra de lo visible, en contra de la asignación a una imagen, en contra del hecho de que mi cara diga cosas que preferiría callar, pero en estos tiempos parecería que se reconoce primero lo que se ve. por otra parte a fuerza de mirar imágenes parecemos confundir lo que se mueve con lo que está fijo, entonces miramos de cualquier manera sin ninguna delicadeza. de chica me enseñaron que era de mala educación mirar fijamente a la gente, pero en realidad más que dejar de mirar fijamente, me puse a hablarles, quiero decir que a veces hablo con gente para tener derecho a mirarla, porque yo misma detesto demasiado que se me observe sin un poco de disimulo. cuando no trabajo en lo que considero importante (las brechas, las tramas) me dedico a un trabajo al que llamo un trabajo por plata. es un trabajo de pie (hasta ahora solo tuve trabajos de pie es decir trabajos de cuerpo) y aunque me guste ese trabajo porque no es del todo serio, lo que me estremece es la expansión de mi visibilidad. en mi vida de persona diría que me parezco sobre todo a lo que digo o a lo que hago, pero a mi rostro no sé. en cambio cuando voy al trabajo por plata mi cuerpo cambia, entra en servicio y entonces me vuelvo todo-cuerpo reconocida y designada por lo que parezco. me vuelvo también huérfana porque las personas a las que necesito, no solamente no están ahí, sino que además no son reconocidas como ausentes, entonces lo que me queda es un poco de palabra para penetrar mi encierro. antes de ser mesera me parecía que los meseros tenían una actitud algo fea, a menudo he visto a varios hacerse los importantes y sobre todo hacerse los buenos yendo a hablar mal de los clientes ni bien les daban la espalda. pero al estar hoy en ese lugar entiendo el telón de fondo es decir que hablar mal de alguien es a veces necesario porque hay clientes malignos y ácidos que te toman por sus sirvientes o por inútiles que no sirven para nada y si no decimos nada aguantamos y después volvemos con una irritación que no tenemos adónde arrojar. por supuesto sería mejor decir lo que se tiene para decir a las personas concernidas pero en el mundo del trabajo existe esta regla de la aceptación obligatoria que viene junto con la sonrisa obligatoria y yo lo mejor que he hallado es tener verdaderos motivos para sonreír porque eso conduce a hablar amablemente y a menudo genera una devolución de cordialidad. y resulta cómico ya que cada vez que se trata de cordialidad, a causa de jean leloup, pienso en el cordial, la bebida reconfortante que bebían las abuelas, esa pequeña elegancia de los años 50 que no conocí pero cuya evocación me gusta. el otro día me contaron que en los estados unidos había dry counties y verifiqué y supe que algunas municipalidades vivían bajo la prohibición y me pareció difícil de creer. cada vez que voy a estados unidos se me filtran algunos prejuicios, llego a una acumulación de cosas que parecen bastante lejos de la gente que las ha hecho, y en ese vaivén de cosas sucedidas el qué y el cómo lentamente desaparecen y entonces uno puede creer que el queso crece en los árboles y que las tiendas no le hacen mal a nadie. sé que me desvío un poco pero esto lo digo porque muchas veces me pasó haber estado en algunos confort inn o en residencias inn y tomar el desayuno en una sala de planta baja donde podíamos servirnos huevos en polvo y bacon de imitación y hacernos tostadas con rebanadas de cuadrados perfectos, lo digo porque esos desayunos no le parecían divertidos a nadie en el sentido de absurdos, lo digo porque los demás clientes del hotel era gente del lugar y la mayor parte del tiempo no parecían muy apurados en abandonar el lobby, digo porque los retail store me impresionaron en el sentido de asustarme un poco, lo digo porque al ir a comprar tabaco salí con una bolsa opaca negra, una bolsa de estigma. pero bueno lo que quería decir es que el otro día después de los dry counties miré a unos preachers tejanos dar sermones, era una combinación de dos maneras de hablar con ese acento particular y también esa manera suspendida de estirar las líneas y extrañamente me dieron ganas de leer un poco como ellos porque algo en su ritmo hace que la escucha se vuelva irresistible. no paro de hablar de los estados unidos y de sus locos pero los estados unidos no son el diablo. hay gente acá que tiene el mismo comportamiento solo que me los encuentro menos porque es esa la gran diferencia de estar en casa que una se instala en las relaciones. en casa me pasa de estar hablando con gente de mi edad de cosas que hago y a veces me falta hablar con gente más vieja o más joven de cosas que no hago. el encierro de los círculos pero la profundidad de los círculos antes tenía amigos sintagmáticos a los que perdí casi todos no porque haya sucedido algún drama sino porque sencillamente hablarse o más bien comprenderse se fue volviendo difícil. luego conocí amigos subterráneos (amigos con quienes pude bajar hacia el fondo de las cosas porque teníamos sed de lo mismo) lo que fue una gran alegría pero también una amenaza a la que llamaría la amenaza de la burbuja. de chica recuerdo, las personas que para mí encarnaban el absoluto de lo ajeno eran los obreros de la construcción porque aunque tuvieran tareas que hacer alrededor de la casa no se los invitaba mucho a entrar y generalmente parecían bastante poco benévolos (ya saben, en la edad en la que insultar es grave la gente que transporta litros de insultos impresiona). pero entre ellos y yo, pienso también que había algo de ajeno porque en general saludamos a los niños pero también tenemos el reflejo de esconderles algunas cosas pero de esto nada entonces de ambas partes nos quedábamos en el desinterés. hace poco conocí a unos obreros que eran personas (ya no solamente figuras) y excepto por el hecho de que fuera una banda de varones (en estos tiempos los varones en banda me desaniman porque a menudo la banda los cambia los invita a cierta regresión o a un sentimiento de omnipotencia) hablar era posible. en cambio hace poco tuve la sorpresa de experimentar una distancia es decir que la gente a la que creía cercana resultó ser lejana. como persona pobre (puedo decir « soy una pobre » pero la cosa es que en el fondo esto probablemente sea temporario porque no vengo de la pobreza y es posible y quizás también probable que no me quede en ella así que quizás no tenga derecho de decir que soy una pobre) tengo tendencia a querer a los pobres de antemano o por lo menos a sentir pertenencia porque compartimos los trabajos de cuerpo (los trabajos de pie), porque donde vivimos los vecinos están cerca, porque a menudo hemos vivido la insalubridad de los alojamientos y la negligencia de los propietarios, porque no encendemos siempre la calefacción hasta que el ambiente quede agradable, porque compramos cosas de oferta, porque terminamos nuestras cervezas incluso cuando preferiríamos dejarlas, porque hay una sensación de lujo en el hecho de usar fósforos de madera (y no las gratuitas de la tienda), porque encontramos cierto consuelo en ir a comer un perro caliente en la cantina de la esquina. en mi afiliación a la pobreza existe el alivio de no estar definida por mis posesiones porque como toda buena pobre estoy descalificada en el tener demasiado poco para ser una persona que tiene. cuando me cruzo con gente de la comunidad de los pobres espero que celebremos un poco el hecho de no tener pero a veces me pasa que encuentro en algunos la nostalgia de tener o la hiper protección de las cosas que se tienen. « terreno privado », « prohibido estacionar su bicicleta. orden del propietario », « cuidado con el perro » me he encontrado con esos carteles en lugares donde no existían las ganas de robar y eso me entristeció porque incluso cuando no tenemos nada nos aterra perder.