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Teniendo en cuenta que posees una formación académica bastante amplia y diversa, ¿por qué y en qué momento decidiste cursar una maestría en traducción literaria?

 

Yo empecé a traducir en retribución a la ayuda que recibí con mis escritos. Cuando llegué a Francia a la facultad de filosofía ya hablaba más o menos francés pero nunca lo había escrito, necesitaba que un nativo me corrigiera mis trabajos de la facultad. El que fue mi compañero por muchos años corrigió mis escritos y más tarde, cuando él empezó a publicar sus artículos de historia en español en revistas latinoamericanas, me tocó a mí corregirlos. Pero enseguida me di cuenta de que no me gustaba la corrección y en algún momento le dije “mejor escríbelo en francés y yo te lo traduzco”. Ahí fue donde empezó todo. También participé en el subtitulado colectivo de un documental, la experiencia me encantó. Como ya había analizado cine, me dieron ganas de subtitular, pero sobre todo de empezar a traducir narrativa.

Sabía que no tenía las herramientas necesarias para empezar a hacer traducción literaria. Un texto literario no se compara con lo que yo había traducido. Mientras que en la traducción de artículos de ciencias sociales me encontraba frente a un texto en el que el autor evitaba cualquier ambigüedad, existía una terminología más o menos fija y la estructura era muy rígida, en el subtitulado tenía que comunicar la intención sintéticamente y adaptarla a la cadencia de la imagen. Claro que no me sentía preparada para enfrentarme con un texto literario donde no hay nada más que el texto, que estructuralmente puede tomar cualquier forma, y donde pueden convivir registros de la lengua totalmente dispares. Me parece que la traducción literaria no se puede improvisar. Quizás un escritor o alguien que ha hecho análisis de textos literarios podría empezar a traducir sin formación específica. En mi caso no era posible. Tenía el nivel de francés pero no sabía cómo abordar el texto. Ahora veo que hice bien porque al traducir las posibilidades son casi infinitas.

También tuve un poco de miedo de ir perdiendo la fluidez en español, después de tantos años viviendo en Francia me di cuenta de que estaba adoptando cada vez más préstamos del francés. De alguna manera quise retomar las riendas del idioma y aprovechar para conectar mis dos mundos y encontrar por ahí algo de mis experiencias dentro otras historias y hacerlas viajar a otro espacio lingüístico.

 

 

Fuiste una de las primeras en sumarte al equipo de traductores de la Revista Pain au chocolat (Vozed), llegando a traducir autores tales como: Élodie Petit, Camille Cornu o Marius Loris. ¿Qué puedes contarnos acerca de esta experiencia?

 

Me reconforta saber que hay todo un equipo que está en la misma frecuencia en ambos lados del mundo. Es muy importante que existan plataformas de intercambio entre autores contemporáneos y traductores. Por un lado, los lectores están conscientes de que se trata de una traducción y, por otro, los autores ven sus historias viajar a otro idioma, eso les permite apreciar el proceso de escritura del traductor.

Además me encanta trabajar con formatos tan diversos. Las traducciones que hice para Pain au chocolat (Vozed) fueron muy variadas: poesía, video y narrativa. De hecho, Las cucarachas bailan alrededor de la basura de Élodie Petit fue mi primera traducción de poesía; yo tenía cierto temor de traducir ese género pero me dejé orientar por la crudeza lasciva del argumento y quedé bastante satisfecha con el resultado. Calmarse, el video performance de Marius Loris, me permitió subtitular de nuevo adaptándome a su ritmo frenético, y Con fondo azul Camille Cornu me dejó fría, me interpeló en un momento en el que empezaba a cuestionarme si cambiaba mis “Maneras de habitar”.

Estoy muy contenta. Desde el principio me sentí totalmente libre al traducir, no me he encontrado con ninguna restricción, al contrario, he recibido muchos comentarios constructivos. A veces uno se mete tanto en el texto que no puede tomar la distancia necesaria para corregir algún detalle y es ahí cuando los comentarios de otro traductor vienen a enriquecer la reflexión.

 

 

 

Al momento de realizar una traducción, parecería como si todos los traductores hispanohablantes tuviéramos que elegir entre ese castellano estándar, más comúnmente llamado “castellano neutro”, y un castellano que nos es más propio, ese que hablamos desde chicos en nuestros distintos países de origen. De acuerdo a tu experiencia como traductora, ¿qué piensas de todo esto?

 

¡Es un asunto importantísimo! Personalmente me la paso mediando y compensando localismos con un léxico que tiene una mayor extensión. Claro que incluyo mexicanismos, algunas veces conscientemente y otras no, porque la lengua es como una segunda naturaleza y se estructura intuitivamente. A uno “le llegan” las palabras del modo en que uno está acostumbrado y no se pueden inventar usos de la lengua que no conoce o que no siente. El traductor, como todo hablante, tiene una historia y habita las palabras en función de su uso de la lengua. Claro que el problema es hacerse entender por un público que no utiliza los mismos modismos. Si tradujera exclusivamente para un público mexicano seguramente traduciría de otro modo.

Por otro lado, estoy segura de que la lengua es algo vivo y maleable. Podemos adoptar, activa o pasivamente, modismos de otros lugares. A mí me pasa que después de haber convivido con hispanohablantes de diferentes países me parece muy natural utilizar una locución de otro país que se adapta mejor y que me parece más expresiva en un contexto específico. Todo depende del texto. A veces opto por lo que se entiende instantáneamente para que la lectura sea más fluida. Confieso que más de una vez me he agarrado con las manos en la masa de la autocensura diciéndome “ya pusiste muchos mexicanismos”, y acabo quitando la mitad. Es todavía el miedo a perder un lector que se encuentra una y otra vez con palabras que no entiende. Lo cierto es que todavía no he hecho una traducción marcadamente mexicana. Pero tengo muchas ganas de hacerla y en cuanto me llegue un texto propicio la haré. A fin de cuentas, si un autor escribe en su variedad lingüística ¿por qué no lo haría un traductor? Es cierto que afirmando su identidad lingüística el traductor dejaría de ser transparente, al menos fuera de su de país. También hay que dejar de subestimar la capacidad de adaptación de los lectores, si están ahí es para descubrir y aprender, muchos estarían interesados en abrir su panorama dialectal.

Por otro lado, no niego que a veces me provoca cierta reticencia “hacer hablar” a un personaje francés como mexicano. Ese es también el meollo del asunto, forzar inconscientemente la geografía francófona a entrar en el espacio mexicano mediante todo ese imaginario lingüístico-cultural. Es como absorberle la identidad. Pero es una barrera puramente psicológica porque lo mismo daría meterlo en Nicaragua, en España o en Paraguay. Al final siempre acabamos chocando de frente con lo intraducible de la cultura…. Pero el “castellano neutro” no es una opción, por muchas razones. Una de ellas es que detrás de esa neutralización hay cierta concepción de lo que es correcto decir o escribir. Y esto no se puede aplicar a nivel coloquial, simplemente porque el habla coloquial es la que tiene mayor diversidad dialectal. Además, si extraemos todos los términos no consensuales nos quedamos sin sustancia expresiva y en traducción literaria necesitamos tener suficiente materia para entrar en todos los registros de la lengua que se nos presenten.

 

 

En un artículo publicado en el año 2012, En contra del castellano neutro, por la revista de traducción El Trujumán, Martín Shifino sugiere que el “castellano neutro” es, sobre todo, un “invento” de las editoriales españolas – principalmente – para aumentar sus beneficios económicos, pudiendo así penetrar en otros mercados fuera de España. ¿Qué puedes decirnos al respecto?

 

Es cierto que las editoriales españolas todavía controlan la mayor parte del mercado editorial en Hispanoamérica y que muchos lectores prefieren leer en su variedad lingüística o una que no diste mucho. (Recuerdo que hace años un lector que compraba libros viejos se quejaba diciendo que estaba “harto del gachupín metido en el libro”.) La verdad no sé qué tanto hayan contribuido las editoriales españolas a inventar el “castellano neutro”, pero seguramente habrán participado en gran medida para aumentar el consumo del libro en América Latina sin necesidad de destinar grandes presupuestos de traducción. A mí me parece que ese castellano plano está presente en distintos medios de comunicación. Basta con escuchar un minuto las espantosas entonaciones en los doblajes de la producción audiovisual de masas estadunidense para darse cuenta hasta dónde puede llegar la aplanadora comercial. Toda la monotonía del universo contenida en esas voces dignas de autómatas, es como si hubieran salido de algún triste mundo paralelo en donde se licuaron los acentos.

Obviamente que el mercado editorial y de los medios de comunicación en general estaban conscientes de que el público absorbía con menos naturalidad las traducciones que sonaran demasiado españolas y los doblajes demasiado mexicanos. Intentaron homogeneizar con miras a la expansión comercial. Al final, son dos caras de la misma moneda, muchas editoriales forman parte de conglomerados mediáticos. ¿No será que esa estrategia comercial funciona también a nivel psicológico, difuminando la fuente del mensaje?

 

 

En una entrevista realizada a Laurent Bouisset, se habló de la supuesta revalorización del papel del traductor literario en la actualidad. De que algunas editoriales, sobre todo editoriales independientes, han intentado darle más visibilidad al traductor —por ejemplo, colocando su nombre en la tapa del libro, junto al autor. ¿Cuál es tu punto de vista?

Me parece que es necesario que el nombre del traductor aparezca en la portada, ¡simplemente porque la traducción implica la reescritura total del libro!. Entre más traduzco más me parece engañoso que un texto se presente sin aludir al traductor que fue quien escribió cada una de las palabras que aparecen en el texto, eligiéndolas entre muchas posibilidades. El traductor siempre le da otra dimensión al libro. Un texto traducido es a fin de cuentas una interpretación del texto, hay tantas posibilidades al traducir que se puede llegar a un resultado diametralmente opuesto entre una traducción y otra.

 

 

Y, finalmente, ¿una traducción que nos recomendarías?

 

Me gustaría que se tradujera más literatura francófona extra-europea. En cuanto a la literatura franco-antillana, se ha traducido muy poco y las traducciones que existen no se reeditan. Es imposible encontrar un ejemplar de Texaco de Patrick Chamoiseau, y existen muy pocos ejemplares de Barrancos del alba, la traducción del cubano Max Figueroa de la antología de cuentos de Raphaël Confiant. Analizar las traducciones de la literatura de la Créolité es muy  interesante porque intentan deconstruir la lengua francesa para que acoja estructuras del créole antillano. Hay todo un mundo a descubrir en la literatura de Martinica y Guadalupe, un mundo que además se integra en una historia común latinoamericana. En general, hay mucho que explorar en la literatura francófona, existen traducciones más o menos recientes de las novelas del marfileño Ahmadou Kourouma y del escritor congolés Alain Mabanckou.

UNA ENTREVISTA A

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