
En el cine, las cámaras lentas y los planos doblados, desdoblados, multiplicados para desacelerarla, para que la veamos y la pensemos. En realidad, todo va demasiado rápido, primero está el miedo que te noquea, el impulso de elevarse de agarrar alg./el suelo.
No hay nada más, solo el aire galopando sobre el cue./el suelo
Se abre la boca, los brazos extendidos tratan de gir./el suelo
Las manos se mueven para agarrar una cuerda invis./el suelo
Comenzar a darse cuenta de que resbal./el suelo
Pensar que ya nunca nos volveremos a v./el suelo
En serio vemos la vida pas./el suelo
Apenas el t./el suelo
El suelo, en toda la cara, el suelo arremetiendo para estrellarse contra nosotros, en toda la cara, el suelo. El suelo no es un regalo. Siempre vuelve. Hablamos de palmarla, de balas, de ahogamientos, de cuerdas de pastillas. Pensamos en el corazón, el cáncer y los coches de frente. Pero el suelo. El suelo golpea. El suelo. En la cara, en los ojos, no mirarlo a la cara, el suelo. Te deslumbra, te carcome. El suelo.
Sentimos que todo se desprende, que la materia misma que nos constituía se vuelve espuma frágil, se evapora y huye. Queda una mandíbula que se aprieta, una garganta que bloquea. Una sed, un hambre, un hambre loca, una sed espantosa y el vientre se hunde, se vacía y se escapa. Sentimos las piernas, los pies, en pasta blanda, que flaquean. Ya no somos nada, un agujero, una garganta, una mandíbula y algo que sube de la garganta a la mandíbula, pasa por los senos nasales y chorrea por los ojos, sobre las mejillas, -anda, todavía tenemos mejillas- todo se ha roto. Ya no hay ramitas a las que agarrarse, no hay asideros, no hay lona abajo, no hay montones de cartón para amortiguar la caída, no hay una tela estirada o trampolín, no hay nada. Se acabó, caemos y nos reventamos en el suelo. Sabíamos lo que era, el sin red, probamos los deliciosos placeres de la falta de red y del rompe-mandíbulas, la emoción del peligro, el placer de salir de él, la alegría de escapar de la muerte que desafiamos. Muchas veces nos hemos asustado al resbalar en el alféizar de una ventana, al alcanzar una barandilla tambaleante. Y ahí estaba lo más bonito, de lo que nos reímos una vez abajo, evacuamos la muerte en una carcajada, alrededor de una tarta de limón y un vaso de limonada. Nunca habíamos sido tan felices, habíamos jodido a la muerte, habíamos devuelto a la vida su valor al ver su precio cara a cara.
La red no es divertida. Tenemos derecho a la falta, y sin el miedo a morir, la vida no es muy diferente.
Así que nos lo quitamos. Estamos listos. Tantas veces hemos rozado la muerte que nos envalentonamos. Tanto hemos jodido a la muerte que nos hemos hecho íntimos, confiamos en ella. Sabemos que somos más fuertes que ella, somos poderosos, dueños de nuestros destinos, el miedo en sí no nos da miedo. Entonces lo intentamos más loco, más alto, más difícil todavía, saltamos más lejos, desde más arriba. Funciona, entrenamos, estamos lúcidos. El peligro es nuestro trabajo, somos unos pros. Ahora la dificultad está en el próximo salto, no en este, fácil, nos concentramos en el próx./el suelo.