
El día de nuestro primer aniversario me pidió que me cortara el pelo. Por aquel entonces, hace dos años, me lo recogía en una especie de cola de caballo informe que, según ella, no le favorecía a mi pelo fino. Había adoptado esta técnica de peinado en 1989, el año en que obtuve mi bachillerato, y nunca la había cambiado.
Tienes el pelo como paja, Michel, deberías cortártelo.
Insistió en hacerlo ella misma. Me preocupaba la cantidad de cabello que veía caer sobre mis hombros y especialmente el aspecto final del corte porque, el tema del flequillo, entre otros, es delicado, todos lo sabemos. Mi madre me cortó el pelo durante mucho tiempo y, en todas las amarillentas fotos mías entre los 3 y los 15, luzco un flequillo recto y demasiado corto que cada año le va peor a la forma oblonga de una cara de barbilla puntiaguda. Vi mi cabello apagado caer a mechones hasta descubrirme un cráneo casi liso. Parecía muy satisfecha con mi nuevo aspecto. Se regocijaba, incluso. Sería un hombre nuevo, este corte marcaría el comienzo de una nueva era en mi vida profesional, la gente me mostraría más respeto. A mí no me convencía (nunca llegué de hecho a acostumbrarme a ese pelo corto que me hace parecer un fugitivo del gulag), pero ella parecía tan feliz.
Fue seis meses después cuando me exigió que musculara la parte superior del cuerpo porque me encontraba demasiado escuálido. Mis piernas y glúteos eran bastante musculosos, pero mi torso le daba la impresión de estar agarrando el cuerpo de un niño delgaducho y eso la ponía nerviosa. Ella quería sentir músculo bajo sus manos cuando me agarraba durante el acto. Lo llamaba el acto. ¿Estás listo para el acto?, y se sentaba a horcajadas sobre mí sin esperar la respuesta. Se subía y empujaba mi miembro semiduro dentro de su vagina, luego agarraba mis pectorales y los aporreaba alternativamente. A veces me hubiera gustado cambiar de posición, pero cada intento había sido en vano. Me reprendía bruscamente y terminaba ella sola frotándose contra mi vientre cuando ya no lograba ponerme duro. Cualquier intento de rebelión tardía parecería absurdo hoy. Además, debo admitir que este escenario me convenía perfectamente durante nuestras primeras citas románticas y sexuales. Yo no era el tipo de hombre que toma iniciativas. Mi temperamento timorato siempre me mantuvo alejado de los puestos de responsabilidad y mi vida privada no contradecía este estado de cosas. Cuando nos mudamos juntos unos meses después de que nos conociéramos en el sitio Adoptaunjules, Clémence no tuvo dificultad en imponer su reglamento interno en nuestro hogar, en todos los niveles de organización de nuestra vida amorosa.
Tu torso no es lo suficientemente poderoso, tienes que fortalecerlo, terminarás dejando de excitarme.
Programó sesiones de musculación y se autoproclamó mi entrenadora personal. Cuando le señalé que no sabía de esa faceta suya de entrenadora deportiva, me reprendió brutalmente. Se sentía completamente capaz de crear ejercicios especialmente diseñados para mí inspirándose en los tutoriales de youtubers. Tenía que poner de mi parte si quería seguir gustándole. No podía yo abandonarme. Sabes que desprecio enormemente a esos hombres que, con el pretexto de vivir en pareja desde hace algunos meses o años, se permiten el lujo de acumular grasa o descuidan partes de su anatomía dando por sentada la mirada de deseo de su pareja. Ella no era el tipo de mujer que se contenta con un sucedáneo de hombre. Ella quería algo duro y liso. Además, estos pelos dispersos en mi cuerpo le picaban. Terminó admitiéndomelo un año después.
Me quiso entonces imberbe de pies a cabeza.
Emprendió la tarea de depilarme completamente con una sustancia hecha por ella. Encontró en internet una receta de cera oriental al almizcle de cervatillo, pero la materia resultó ser demasiado poco adhesiva, y esta sesión de depilación integral duró 13 horas, durante las cuales tuve la sensación de que mi cuerpo se hacía jirones con cada tirón de banda. La depilación de la base de mi pene, mis huevos y mi ano había sido una tortura durante la cual siempre calentaba un poco más la cera para que se adhiriera mejor, sin éxito. Mis gemidos solo exasperaban su impaciencia por verme, por fin, sin pelo. Había terminado el día con quemaduras de tercer grado bajo su mirada exasperada. Pero obtuvo el resultado esperado. Estaba tan suave como un guijarro de Le Havre.
Embadúrnate en margarina si quieres calmar la sensación de ardor. Yo voy a acostarme, este día me ha agotado y no se puede decir que me hayas ayudado mucho con esos reflejos tuyos de nenaza. Estoy muy decepcionada con tu actitud.
Me puso mala cara durante varios días, los suficientes como para que mi piel cicatrizara, luego quiso apreciar su obra. Estaba tan encantada que me echó al suelo y se agitó convulsivamente sobre mí, expresando en voz alta su satisfacción al verme ahora tan musculoso y pulido. Miraba por turnos mi pecho y la base de mi sexo imberbe y fue invadida por un largo orgasmo un poco aterrador.
Su visión de mí permaneció concupiscente durante unos días más. Se lamía literalmente los labios cuando se cruzaba conmigo en el apartamento y me echaba sistemáticamente la mano a las nalgas cuando me inclinaba sobre el fregadero para lavar los platos. Incluso me permitió, durante este corto e idílico tiempo, utilizar el mando de la tele y elegir el programa nocturno durante el cual jugueteaba rabiosamente con mi miembro a través del pijama escocés que me había regalado como testimonio de su reciente impulso de amor.
La luna de miel no duró demasiado. Los meses siguientes fueron una sucesión de expresiones de indiferencia hacia mí y de las reprimendas banales que representan el día a día de toda vida en pareja, supongo. Ella era mi única experiencia en la materia. Ni siquiera viví nunca en un piso compartido durante mis años como estudiante. Mi único compañero de vida fue durante mucho tiempo un gato gruñón que me había regalado una vecina que quería separarse de él porque ponía su apartamento patas arriba, destrozaba sus carteles, mutilaba sus libros, rasguñaba su ropa, se meaba en sus zapatos, sus bolsos y su tostadora, atacaba salvajemente a sus invitados, saltaba sobre el sexo de sus amantes mientras dormían. No podía soportarlo más y me rogaba que me lo llevara a casa porque no se veía capaz de llevarlo a la Sociedad Protectora de Animales, donde sin duda lo sacrificarían porque nadie querría adoptarlo. Me dejé enternecer por sus argumentos que permitían vislumbrar un alma caritativa en un bonito cuerpo conmovedor. Nunca más volvió a visitarme y se mudó. La personalidad psicótica del gato terminó alejándome de los pocos amigos que tenía entonces. Viví ocho años con él, hasta que conocí a Clémence, quien puso como condición inmediata para la continuación de nuestra relación la desaparición del bicho: el pelo de los animales le da alergia. Me separé de él. Ahora vive en el jardín de mi madre, quien se niega a dejarlo entrar en casa. Por extraño que parezca, a veces echo de menos su presencia hostil y maliciosa. Ocho años de vida en común no son cualquier cosa.
Ya no soporto tu cara.
Por más que se concentrara, ahora, en el resto de mi cuerpo durante el acto, siempre terminaba volviendo hacia su extremidad superior y solo veía una forma francamente desmoralizante.
Es muy simple, Michel, ya no me puedo correr.
Ya no me miraba a la cara cuando me hablaba. Si, por casualidad, me veía en el reflejo de un espejo (sucedió un día), se sobresaltaba y se llevaba la mano a la boca en señal de náusea incontrolable. Sentía pena por ella. Yo nunca me había encontrado muy atractivo y, ahora, su bonita cara delicada, sus grandes ojos violeta veían finalmente al hombre tan poco tentador que soy, y yo no daba un duro por mi condición privilegiada de hombre deseado si seguía exhibiendo esta figura banal. Sabía que su actor favorito era Michael Fassbender. Había colocado carteles y fotos de él en toda la habitación, especialmente encima de la cama, y sospechaba que usaba esas imágenes para alcanzar el orgasmo desde que su aversión por mis rasgos se había manifestado de manera irreversible. No podía culparla, después de todo. Una mujer tan refinada como ella merecía lo mejor de un hombre. Su hermoso cuerpo de 45 años no tendría problemas para encontrar un nuevo compañero de vida. Era consciente de ello. Yo era su quinta historia seria. Los hombres que había conocido antes que yo en Adoptaunjules se habían portado muy mal con ella. Los cabrones, los violentos, los manipuladores, los perversos narcisistas que la hicieron sufrir y terminaron asqueándola de la especie viril.
Tú, Michel, tú eres distinto, lo sé, podré ganar mi resiliencia a tu lado. Deshazte de este gato infame y busquemos un apartamento cerca de mi lugar de trabajo. Estarás un poco lejos del tuyo, es cierto, pero yo podré encargarme de la administración y la comodidad de nuestro hogar para que no tengas que ocuparte de nada por la noche cuando vuelvas a casa cansado de tu día de trabajo y de tu largo camino.
En efecto, volvía a casa después de una hora y media de viaje, exhausto por mi jornada laboral, en un área en la que era imposible estacionar, pero la comida rara vez estaba lista y Clémence estaba cada vez menos presente bajo el pretexto de sus clases de salsa o pole dance con sus amigas de departamento. La idea de que ella tuviera un amante comenzaba a pasárseme por la cabeza. Ya no conseguía acostumbrarse a mi cara, no podía dejar que la situación degenerara.
Usé una formación profesional de un mes como excusa para sorprenderla con una cara nueva a su gusto. Le costó mucho dejarme ir, pero terminó aceptando debido a la tentadora promoción al final del entrenamiento.
Vacié mi cuenta de ahorro.
Regresé de mi estancia en una clínica de Budapest como doble de su actor favorito. Estaba tan emocionada con el cambio de imagen que se tomó un permiso de tres semanas para encerrarse en nuestro apartamento y disfrutar del nuevo hombre. Perdí mi trabajo porque no me atrevía a pedir otro descanso después de mis cuatro semanas de ausencia en la empresa. Pero estos fueron los días más deliciosos de mi vida. Me llamaba su criatura, no paraba de admirar mi cuerpo, pasando sus finos y manicurados dedos por mi cara y mi piel. Me pidió que cambiara de nombre. Michael, es lo que me hacía falta ahora. Acepté con mucho gusto, nunca me había gustado el nombre que eligió mi madre.
Desde hace unos días, su modo de mirarme se ha vuelto a endurecer. Dice que vuelve a ver los rasgos de Michel debajo de los de Michael. Eso le molesta.
Algo ha salido mal en esta cirugía. Debes de haber elegido un médico barato, conociéndote… Tu barbilla puntiaguda sigue siendo la misma que me desafía astutamente. Tu indiferencia hacia mi felicidad es completamente angustiosa. He hecho tanto por ti. No eres mejor que todos los hombres que he conocido antes que tú, casi extraño a René, y eso que me las hizo pasar canutas.
No me he atrevido a contarle lo de mi trabajo. Espero el momento adecuado. Ya le he causado suficientes problemas.