
LOROS
Ahora al lado hay
en vez de grúa un ascensor
su chillido horrible
es un loro enorme
o algo peor
un ardor en la sangre
una uña en la pizarra
los hombres meten cosas a él
le golpean el hombro
llenan baldes que pesan
cuanto pesa un balde de cemento
que lleva un año llenándose
y vaciándose sobre mi
cabeza torpe quieta
atrapada bajo muda gris
un loro puede decir
muchas cosas
hola chao
pocas cosas
sí no
casi nada
un loro
no sabe hablar
LA CASA ROJA
Oigo chillar a los loros todas las mañanas.
Empiezan con el primer silbato de la faena.
A veces me hago un café y salgo a verlos.
Forman una imagen religiosa allí en el árbol.
Parecen estar siempre felices, en rezo campesino
sobre un lienzo de Millet. Me saludan con la cabeza:
se arrojan encima para volcarme mi café.
Son violentos. Dejan un reguero
de semillas abiertas en el patio.
Las miro y bebo de la taza.
Grúa + grúa, chillido tras chillido
me mantengo como estatua en la pintura.
A veces salgo a cazarlos de noche. Me escabullo
con mi gato asomados al manzano.
Nunca hemos podido atrapar uno. El gato me sigue
hasta la casa y se tiende sobre la alfombra.
Nunca he cazado un loro, pero siento cómo
con cada chillido voy enmudeciendo.
Me comunico mal y poco. Me trabo al leer
en voz alta, apenas si me entiende la familia.
Cuando salgo, dejo al gato a cargo de la casa.
No he vuelto y encontrado la cocina llena de cadáveres.
No he llegado y descubierto trozos de plumaje entre las sábanas.
No he pesado con la mano su embalsamamiento.
Llego a casa y mi gato da vueltas en el suelo.
Oigo chillar a los loros todas las mañanas.
Alzan vuelo sobre mi cabeza y se llevan mi lenguaje.
No sé cómo huir de ellos.
Voy perdiendo la facultad de poner nombres a las cosas.
De poner las cosas en su sitio.
De conversar.
Quienes me hablan son violentos, no comprenden.
Algunos son como los loros.
Me escabullo.
Llego a casa y mi gato da vueltas en el suelo.
Oigo chillar a los loros todas las mañanas.
Empiezan temprano.
A veces me hago un café y salgo a verlos.
ADORNOS
Afuera Llueve como en mi linfa yesca la quimioterapia.
Adentro La casa se siente como un temblor.
Bajo protección del temporal tiritan mis adornos pinturas cojines copas sobre la estufa toyotomi un peluche de cobaya una pitón colgada de cabeza mis dos iguanas de galápagos mi dingo pétreo mi falso visón americano ciegos en los estantes cada taza y plato blanco de café modelo willow cada fortaleza barco cabaña puente nube pájaro y floresta azul adentro también temblando arrastradas a merced del movimiento la borrasca atraídas a juntarse y tumbar con las macetas pintadas en astillas por el suelo burdeos entre la greda y el cristal de los servilleteros las velas incienso los jarrones de mimbre los cuencos tibetanos y las campanas las estatuas budistas y flores en el relieve doméstico del alud
Afuera Llueve como si la luz pidiera auxilio titilando.
O la casa soñara adornada del brinco bravío
de grillos fecundos y sonámbulos.
Adentro Mi niña un pasto dormido al borde de la estufa.
Mi gato un pasto dormido al borde de la estufa.
Mi voz un pasto dormido al borde de la estufa.
CABLE A TIERRA
Una puerta da un portazo sola
y la casa parece habitarse de pronto
de nuevo las luces suben al caer la
noche sobre las hojas sobrepuestas
en la mesa del comedor. Mi gato
se para en medio del patio, se engrifa
ahuyentando tórtolas y guacamayos
y maúlla en los barriles rotos de pies
a cabeza, los húmeros y frescos del
torso del material de construcción
que se estira como eclipse y aire caliente
sobre nosotros.
Todo entra a la casa por la puerta, no
se abren por semanas los vidrios fijos
son estatuas o animales, materia rellena
de luz, una ventana hecha polvo y aserrín
antes de la lluvia, todas las aves se esconden
en algún sitio del cielo, más alto, más seco
y mejor ventilado para ver, batiendo sus alas,
cómo se manchan de óxido las cosas.
Ya verán sus crías cuando infle
mil globos y alce la casa y a mí misma
me ponga en la vanguardia, rifle
en mano, gato encima del regazo
y el tubo de oxígeno conectado
como un cable a tierra
metido en la nariz.