
Recuso lo que hicieron con mi caso, me opongo a mi función de accesorio de un personaje secundario cualquiera. Estoy allá con mi cuerpo afeado, mutilado y que el otro mutiló. Estoy allá con esta piel que prolifera echando mi pelaje a medida que aguanté la incapacidad radical de Salamano, su incapacidad de vivir, de levantarse, de ser feliz. Esa resignación que rumiaba y que terminó por corroerlo. Sus frases como recargadas por ella. Al no desarrollarse más, retraídas sobre sí y contrayendo su rostro sin dejar salir de su boca más que injurias sofocadas y eructaciones sofocadas volviendo imposible todo intercambio refinado. Esa boca deformada por la desgracia, esa vida sobreviviente en el odio que me tenía porque era incapaz. Esa revancha que se tomaba conmigo. Sin duda un lingüista se habría sorprendido con semejante caso al observar la degradación de su lenguaje y la degradación de su cuerpo. Cuando Meursault le dijo buen día yo sentí que todo su cuerpo enloquecía frente a un signo que no reconocía más, convertido como en extranjero al lenguaje y a los humanos. Esa revancha que se tomaba conmigo no lo devolvía a esa humanidad de la que debía sentirse excluido, humillado. Un lingüista habría visto allí un conflicto con la lengua materna que resultó del encierro de su madre en el asilo. Meursault, considerándose incapaz, a su manera. Intentándolo sin embargo. Pensando en las papas hervidas. Meursault en esa escalera cumpliendo aún en ese lugar sombrío su absurdo destino. Yo, con el cuello roto por el collar olfateando su existencia absurda que se filtraba de su cuerpo de humanos inacabados. Ese sudor provocado por eso que no tiene sentido, por la espera de un nacimiento que jamás vendría y cuya muerte no significa más el fin de algo sino la prolongación del hastío. Ellos, cargando con todo ese peso sin oponerse, sin discutirlo. Ese peso que se confunde con el hastío y cuyo sentimiento de hastío hace que jamás los seres se descarguen. Siempre repitiendo la misma acción y yendo con paso pesado por las calles, ignorando la ligereza del bailarín. Yo, ahí, discutiendo siempre todo, el sentido que tenía en esa obra, mi rol de personaje accesorio de un personaje secundario, mi falta de forma y poder en la obra, la invisibilidad en la que esa construcción me encierra. Yo, el verdadero héroe de la historia y condenado a vivir a la sombra de Meursault porque los lectores, los críticos, los filósofos se dejan engañar por el protagonista principal, es decir, ese que ocupa la mayoría de las páginas. Porque lectores, filósofos, críticos literarios se hunden en lo humano y me ignoran como horizonte de su humanidad atrapada. Meursault ocupando casi cada línea, esa es su victoria, esa ocupación de la página y del tiempo. Hay ahí un engaño y a todos los pusieron o en tal caso estaban en mi contra, quiero decir que cuestiono mi ausencia en las grandes reflexiones filosóficas y en el debate político. Claro, tengo una enfermedad en la piel, lo que no me favorece, pero eso no explica por qué yo esté totalmente ausente en la reflexión de Jean-Paul Sartre, no comprendo cómo él no me haya visto como el héroe, como aquel que encarna la libertad e incluso el existencialismo, porque sí, mi mayor gesto no fue jamás comentado por todos los grandes filósofos de la época e incluso hoy no entiendo por qué mi acto no es un símbolo para toda Francia, estancada en sus problemas entre naturaleza y cultura, en esa separación que le va a costar el aire, el agua a la humanidad que nos ignora. Sí, cuestiono mi estatus de accesorio de un personaje secundario e ilustrativo, sí, cuestiono ese hecho, el de ser un detallito con el que todo el mundo se divierte. Me volví el hazmerreír de la literatura. Acuso a Jean-Paul Sartre de haber cometido un error ante personajes principales mientras yo no puedo ser sino el ejemplo que él buscaba para probar su tesis filosófica. Claro, tengo una enfermedad en la piel pero lo que quiero decir es que supongo que Meursault me robó el protagonismo, ¡que hizo todo para mantenerme en las sombras mientras el héroe que rompe las cadenas soy yo! Y si Hegel estuviese vivo cuando aparecí en el mundo de la literatura tal vez habría comentado detenidamente mi gesto y yo sería hoy un ejemplo en la historia de la filosofía mundial pero no nada ninguna tesis ningún artículo periodístico, no soy tampoco objeto de un estudio trasversal en los modelos de examen del bachillerato. Y si hablo hoy es por poco cuando pienso que el profesor pensaba en el personaje de Marie para hacerla tema de invención, qué idea banal o incluso en el capellán que sin duda habría satisfecho las inclinaciones moralizadoras de ciertos jóvenes escritores en ciernes… cuando pienso en eso sí debo decirlo siento no es resentimiento… si bien creo tener un poco de eso, pero es sobre todo injusticia lo que siento. Debo conceder también a mis detractores que es posible incluso que esté celoso de todos esos personajes. Si les concedo que siento una lágrima de envidia, insisto sin embargo en el injusto tratamiento del que fui víctima cuando Albert Camus hizo una descripción vil de mí mismo y sobre todo mentirosa a fin de favorecer a su relato y nutrir una atmósfera sórdida y desdichada en la que su protagonista deambulaba estúpidamente. Porque Camus parece mucho más preocupado por el encanto de la naturaleza y la poética de la luz que por mí, sujeto libre y valiente, que enfrenta metafísica y realidad del hambre al mismo tiempo. Mi tratamiento se justifica según él por un cuidado de economía, de ritmo en el relato. Darme demasiado lugar era una digresión inútil y no servía más a su visión del mundo porque habría perdido al lector. Ahora que hablo y que voy a continuar, quisiera restablecer la verdad, no soy yo quien contagió su enfermedad de la piel a Salamano sino Salamano quien me contagió la suya. Siempre se vio en mí. Con todo su odio y su resentimiento en el fracaso, no podía sino proyectarse en su perro. Tenía un pelaje muy bello, antes, un perro de caza orgulloso y dotado pero su odio y sus golpes su ensañamiento conmigo debilitaron mi carácter y me volvieron sensible y permeable a su enfermedad. A propósito, desde que me escapé mis pelos vuelven a crecer, no me rasco más, mi piel vuelve a tener un aspecto normal, las células no se reproducen más. Recobraron el sentido común.