
7 de marzo
Cuando se hace de noche en la ciudad, me absorbo en la contemplación de mi acuario iluminado. Lo instalé recientemente, poniéndole una única pareja de pelmatochromis kribensis. El vendedor de la tienda de animales me eligió especialmente una hembra de vientre muy rojo, signo de una puesta inminente. Y, de hecho, estos últimos días, los peces han cavado un agujero (su nido) debajo de una piedra del decorado, lo que sembró un bello caos en la distribución de las rocas, de la grava y de las plantas que había pacientemente ubicado en su lugar. La hembra ya casi no se deja ver. En cuanto al macho, está alerta delante de la entrada al nido. Su ojo negro de borde dorado me sigue continuamente. ¿Me tomará por un depredador?
A toda hora, mientras me dedico a uno u otro de mis quehaceres, me ocurre que siento sobre la nuca un ligero hormigueo: percibo entonces, en la periferia de mi campo visual, esa mirada inquisitiva que no me abandona ni siquiera en mi movimiento más leve. A la inversa, cuando mis huéspedes han decidido no hacerse ver, cuando se han escondido detrás de un elemento del decorado, por mucho que pase horas enteras, la nariz pegada al fino cristal, es seguro que no se mostrarán. No obstante estoy convencido que incluso en aquel momento me observan. De hecho, creo que adivinan mis pensamientos, sobre todo cuando pienso en ellos. Por ejemplo, cuando cambio el agua de la pecera, los alimento o renuevo las plantas, se ocultan o se agitan; su comportamiento cambia incluso antes de que haya iniciado cualquier tarea. Cada vez me parece más evidente que detrás de aquel ojo que me sigue sin descanso hay una conciencia, siempre alerta e inquieta que, no solamente me acecha, sino que, sobre todo, me evalúa. Llego a sentir su perplejidad: al no entender aún quién soy, ignoran si deben temerme o bien confiar en mí. Los alimento, es cierto, pero, ¿también los tengo presos? Con la salvedad de que soy yo al que están vigilando sin cesar…
Su inteligencia salta a la vista; por supuesto es diferente a la nuestra pero, no por eso, menor.
12 de marzo
Perdí el trabajo, con lo cual permanezco en casa todo el día. Aprovecho para ocuparme celosamente del acuario, para cuidar a mis huéspedes. Leo, en el trayecto, acerca del tema. Así, dice en la Gran Enciclopedia de peces de acuario: “PELMATOCHROMIS KRIBENSIS: pescado de compañía de la familia de los Cichlidae africanos, originario del delta del Niger. De gran inteligencia, esta especie reconocería individualmente a los seres humanos (…)”
15 de marzo
Esta noche, contemplo la ciudad a través de mi ventanal. Las avenidas brillan como anguilas de fuego y las ventanas de las torres sin fin parecen curiosas luciérnagas alineadas. Me quedo horas así. Apoyo las manos contra el cristal, acerco mi rostro; se forma entonces una aureola de vaho que viene a perturbar el cuadro nocturno. Me gusta ese desenfoque artístico. Mis labios tocan el vidrio, el espesor frío que me separa del mundo… Trato de convencerme de que soy libre, que estoy solo, mientras al mundo entero lo cubre una capa de cristal. A veces, eso funciona. Las cosas de afuera se desvanecen; el exterior se oscurece y solo yo subsisto en lo justo, en lo cierto. En la precisa existencia, en acuerdo con ella misma.
17 de marzo
La hicieron bien, disimulando sus huevos. Aquí estoy frente al hecho consumado: desde que me acerco, los pelmatochromis ponen a resguardo en su boca un enjambre de crías, tal como lo hacen la mayoría de las especies cichlidae. Pero para mis huéspedes se trata solo de un reflejo, ya que ni bien me han reconocido permiten a sus pequeñas crías dispersarse en los alrededores próximos al nido. Es una prueba de confianza y de amistad que, desde luego, no me deja indiferente. E incluso si el macho me vigila aún, doy por supuesto que él mismo sabe que no debe temerme en absoluto, sino todo lo contrario.
19 de marzo
Hay algo diferente. Se percibe en el aire. Ella está más pesada y más húmeda. Más densa y más fastidiosa. Quizás, es a causa del cambio climático, del calentamiento global. Sí, probablemente sea por eso. Lo que me suscita pensamientos extraños, ideas raras que flotan en el interior de mi cabeza. Tengo la impresión de flotar cada vez que me muevo. Debo haber engordado, o bien adelgazado, no lo sé. Puede que sea porque hago tai chi chuán: series de movimientos lentos y armoniosos; estiramientos. Es agradable y me hace tanto bien. Todo el día estoy con eso, delante del ventanal. YouTube está lleno de tutoriales sobre el tema. Veo en el espejo cómo los reproduzco. Me observo. Me verifico. Me vigilo. Me siento verdaderamente zen en este momento.
20 de marzo
Las crías han desaparecido. En todo caso, no por falta de alimento, puesto que les proveí uno en polvo, adaptado especialmente a su ínfima talla. Sin embargo, debo rendirme a la evidencia: sus padres los han devorado. ¿Puede que ellos quieran darme a entender algo con eso? En cualquier caso, el ojo negro y dorado nunca me abandona y, tengo la clara impresión de que escruta el más mínimo de mis pensamientos.
23 de marzo
Hoy, mi chica pasó de improviso para anunciarme que deseaba romper. Me acomodé a su decisión sin discutir. Quise aprovechar el momento para mostrarle algunas series de tai chi chuán pero, apenas ensayé el dragón Inundación se sumerge en el mar, mi preferida, me preguntó si me estaba burlando de ella. No di lugar a su agresividad; me dije que no debía estar en sus cabales, dadas las circunstancias. Con todo, juzgó adecuado sumar la cháchara habitual sobre esas tonterías que me resultan indiferentes: buscar trabajo, ventilar el estudio. Me decepcionó, de verdad. ¿Cómo pudo rebajar nuestro último encuentro a semejantes trivialidades? ¿A tal punto me equivoqué con esta chica? Si bien intenté retenerla con el fin de explicarle lo que me ocurría con los pelmatochromis, ella ni siquiera se dignó a echarles una mirada. Al despedirse, me aconsejó que me hiciera tratar, a modo de indirecta final. Hubiera podido decirle lo mismo: si seres tan maravillosos como mis huéspedes no suscitaron su interés, es que algo en ella no va bien y que efectivamente nuestros caminos difieren en todo sentido. Pensándolo mejor, ya no la deseaba como antes. Sus inútiles piernas largas, sus brazos poco agraciados. Sin sus miembros, habría resultado mucho más atractiva. Debería habérselo dicho.
29 de marzo
El aire me sofoca. ¿Es la polución…? Por las dudas, contengo la respiración.
1ro de abril
No hice nada para encontrar un nuevo empleo. No quiero perder más tiempo trabajando. Deseo simplemente soñar despierto en mis veinticinco metros cuadrados, mejorar mi tai chi chuán, observar la ciudad con sus luces en la noche y, más que nada, quiero ocuparme del acuario. Atender a los pelmatochromis kribensis. Comprendí lo que pretendían decirme al eliminar a sus primeras crías. No es el tipo de progenitura que ellos requieren, puesto que es a mí a quien quieren, es mi presencia a su lado. No como un amigo, menos aún como un guardián o un padre indulgente, sino como a un hijo, como a un niño al que hay que educar, a quien se le hace descubrir el mundo. Porque soy como ellos; lo han entendido desde el arranque. Soy como ellos, o más bien, lo seré. Y ellos me ayudarán a lograrlo. Tienen tanto para enseñarme, ellos que son tanto más sutiles, más sensibles y más sabios que los seres humanos. He comprado un nuevo acuario con el fin de unirme a ellos. Un recipiente de mil quinientos litros: 2 m por 90 cm por 90 cm. Es enorme. Debí alquilar una furgoneta y llamar a un servicio de mudanzas para su instalación, precisamente contra el ventanal. Aquello me ha valido mis últimos ahorros y está muy bien así. Ya no he vuelto a salir desde entonces, con el fin de prepararlo. Mis amos estarán tan contentos en su universo nuevo. Muchísimo más amplio. Hice lo mejor que pude por ellos. Y por mí. Con un cúter, acabo de abrirme unas branquias de cada lado del cuello. Ya hice una prueba con el lavabo lleno: funcionan a la perfección. La sangre ha brotado con fuerza contra el mueble del lavamanos, pero no he experimentado dolor alguno; apenas una suave y cálida palpitación, prueba de que la transformación ya se ha efectuado en mí. Una entre otras. Pronto me veré como ellos, como uno de los suyos. Lo he previsto todo, incluido el éxtasis que ya me invade el cuerpo y el alma. Calidez y suavidad infinitas… Adiós, viejos amigos humanos; los dejo a sus anchas; ahora mismo me sumerjo en el cerrado cosmos de los sueños acuáticos.